Es doloroso recorrer la Mixteca poblana y el sur del estado de Morelos tras el sismo del 19 de septiembre; el temblor derrumbó las viviendas más pobres, sumió en la zozobra a miles de personas que aún no saben si podrán resarcir el patrimonio de muchos años de esfuerzo; la fe comparte el desamparo de los templos derruidos y muchos niños han perdido sus centros de enseñanza. Por si fuera poco, la primera semana después del desastre, los medios informativos solo hablaron de la Ciudad de México; no existía para ellos ni Morelos, ni Puebla, ni Oaxaca, ni Chiapas, ni Guerrero, ni el Estado de México. El colmo del desamparo.
Sin embargo, si los medios y las autoridades fueron lentas en reaccionar, no fue así con el ciudadano de a pie, pero sobre todo con los jóvenes nacidos a finales del siglo XX y principios del XXI, los apodados millennials. Esos jóvenes que a los adultos nos parecen tan apáticos, esclavos de las redes sociales, ajenos totalmente a los problemas que sufre un México globalizado, generador de pobreza y desempleo, esos jóvenes fueron los primeros en reaccionar, en demostrar una gran solidaridad con la población sufriente.
Fueron ellos quienes organizaron el acopio de víveres para los pueblos dañados; fueron ellos los que se organizaron espontáneamente para formar brigadas, los primeros en solidarizarse con los pueblos de los que son originarios, fueron ellos los que llevaron café, atole, tamales a los que trabajaron en el rescate de las víctimas; ellos incluso se han enfrentado a la muerte, como sucedió con los asesinados, por villanos sin conciencia, para robar los víveres que llevaban a Oaxaca.
Han sido estudiantes universitarios quienes han acudido a prestar ayuda médica y quienes se han incorporado a las brigadas de evaluación de las viviendas y edificios dañados; futuros médicos, enfermeras, ingenieros y arquitectos han puesto sus conocimientos al servicio de la Mixteca.
Podemos calificar de muchas maneras a estos jóvenes millennials, pero no podemos negar que nos han enseñado a los adultos, sumidos en nuestras preocupaciones personales, el valor de la solidaridad, de la entrega incondicional a favor de los damnificados.
Es cierto, muchos comentaristas alertan sobre la indiferencia que seguirá a esta reacción de los jóvenes; y sí, la dinámica misma del ritmo de vida empujará a los millennials a volver a los estudios, al trabajo, a la vida cotidiana; ahí empieza el papel de padres de familia, de profesores, de los medios informativos, de las redes sociales; es necesario mantener viva la conciencia del sufrimiento de miles de mexicanos sin casa, sin alimentos, sin empleo y expuestos a que la ayuda que seguirá recolectándose sea utilizada por una clase política corrupta en beneficio de intereses electorales.
No es tiempo de cruzar los brazos porque hay miles de paisanos de Puebla, Morelos, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Estado de México y la capital del país que siguen pidiendo ayuda porque siguen y seguirán por varios meses en el desamparo.
Ahora bien, la respuesta inmediata de millones de mexicanos frente a la desgracia, contrasta con la mezquindad de los partidos políticos, màs preocupados por la próxima contienda electoral que por el sufrimeinto del pueblo que dicen representar, y la incongruencia de los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), preocupados por cumplir la ley al pie de la letra.
Por esto, resulta una medida a todas luces demagógica que el PRI salga a presumir que donará el cien por ciento de sus participaciones, lo que es imposible porque necesita cubrir los salarios de sus empleados y tener presupuesto para pagar las multas que le aplique el INE.
A esto se unen las acciones reprobables de gobernadores, presidentas del DIF, empezando por “La Gaviota”, presidentes municipales y legisladores que a toda costa buscan aparecer en los medios como grandes benefactores; estas son expresiones de la corrupción que amenaza con prolongar el sufrimiento de los millones de damnificados.
