Iniciaba el año de 1988; la Corriente Democrática del PRI presentó como candidato a la Presidencia de la República al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano; el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana lo postuló como su candidato y a esa postulación se unió el Partido Popular Socialista. Poco a poco, las organizaciones contrarias a la política neoliberal que iniciaba el gobierno se unieron en torno a la figura del hijo del general.
Sin embargo, varios grupos denominados de izquierda se mantenían firmes en su rechazo a la candidatura de un expriista. Así, el Partido Revolucionario de los Trabajadores postuló entonces a la activista social Rosario Ibarra de Piedra, incansable luchadora en contra de las desapariciones forzadas en México.
En Puebla se dio un movimiento que reflejó desde entonces el oportunismo de muchos políticos de izquierda. Conforme fue avanzando la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, muchos autoconsiderados de izquierda extrema, abandonaron a su candidata y de declararon cardenistas. En 1989, muchos de ellos se convirtieron en fundadores del Partido de la Revolución Democrática.
Hoy, el PRD ha pasado a ser la cuarta fuerza política, a pesar o a causa, ¿quién lo sabe?, del Pacto por México, firmado por una dirigencia nacional muchos de cuyos miembros desde hace más de 30 años eran considerados como “la izquierda presidencial”, a pesar de que algunos de ellos militaban en el Partido Mexicano Socialista o en el Partido Socialista de los Trabajadores.
Hoy estamos en un proceso de reacomodo de las fuerzas políticas, producto de los cambios en la influencia de los partidos en la detentación del poder y su capacidad para influir con sus decisiones en la marcha del país.
El reacomodo político inició apenas concluido el siglo XX, cuando el omnipotente Partido Revolucionario Institucional perdió la Presidencia de la República, si bien las causas de este proceso se ubican por lo menos veinte años antes, durante el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, quien abrió las puertas al sistema económico neoliberal, bajo la influencia del grupo encabezado por quien sería su sucesor: Carlos Salinas de Gortari.
Fue precisamente en el quinto año de su mandato cuando se dio la primera división seria en el PRI, al crearse la Corriente Democrática en cabezada por Cuauhtémoc Cárdenas.
Para entonces, en la izquierda, siempre dividida en partidos comunistas, trotskistas, socialistas y otros movimientos más pequeños, hubo grupos que buscaron las coincidencias con los priistas de la Corriente Democrática y se aglutinaron en torno a la candidatura de Cárdenas.
Ahí se reflejó ya la tendencia de algunos militantes de izquierda de unirse al carro que se veía como triunfador y por eso, se volvieron cardenistas.
Pero fue en el año 2000, con la derrota del PRI, que se empezaron a realizar alianzas inexplicables. Primero fue la alianza PAN-PVEM, de la cual la familia González resultó desilusionada porque el gobierno de Vicente Fox no compartió el poder con ellos; y se convirtieron en lo que son hoy: un apéndice del PRI.
Pero las alianzas realmente absurdas se dieron entre el Partido de la Revolución Democrática, nacido como reacción a la política de un priismo que había abandonado los principios sociales que le dieron origen, y el Partido Acción Nacional, cuyo origen fue precisamente la reacción contra la política cardenista y alegre defensor de la política neoliberal desde tiempos de Salinas.
Partido de corrientes –tribus le llama la opinión pública- el PRD fue dominado por una dirigencia nacional que con estas alianzas y, en este sexenio con el Pacto por México, se reveló como una “izquierda presidencial”, como lo fue en la segunda mitad del siglo XX el Partido Popular Socialista (PPS).
Hoy ese reacomodo de las fuerzas políticas tiene un nuevo protagonista: el Movimiento de Renovación Nacional (Morena) que, con el deterioro de todos los partidos y los errores del actual gobierno priista, se ubica ya en los primeros lugares de la próxima contienda electoral.
En el país y en Puebla, desde luego, se está dando un fenómeno de deterioro político tal, que un buen número de políticos ven a Morena como el posible ganador de la contienda de 2018 y aparecen entonces diputados, alcalde y militantes perredistas, priistas, de Movimiento Ciudadano y de otras organizaciones, que se quieren afiliar a Morena, cuyo proyecto atacaban hasta hace pocos meses.
Eso se llama “chapulinismo” y refleja el interés mezquino de continuar una carrera que les permita vivir holgadamente y mantenerse activos en la política, haciendo a un lado los principios ideológicos y los beneficios para la nación. Se suben al carro de Morena con todo su historial de corrupción, desprecio por el pueblo y, lo más grave, sin más proyecto que seguir viviendo de los impuestos de todos los mexicanos.