Mujeres de Teopantlán preservan la herencia del petate con palma, enfrentando una dura realidad económica.
Andrés Martínez / Izúcar de Matamoros, Pue.
TEOPANTLÁN, PUE. – En el corazón de esta comunidad, el crujir suave de la palma entretejida es el sonido de una herencia centenaria. La elaboración artesanal de petates, un legado que se transmite exclusivamente de madres a hijas, define la identidad cultural de las mujeres de Teopantlán, quienes desde la niña edad dominan este meticuloso proceso. Sin embargo, este símbolo de resistencia cultural se ve amenazado por una economía que no valora el tiempo, el esfuerzo y la tradición invertidos en cada pieza.
La tradición encuentra su mayor bastión en las mujeres de la tercera edad, guardianas de un conocimiento profundo. Sus manos expertas dan vida a petates que varían en tamaño, desde los 50 centímetros hasta el metro y medio de largo. La gama de precios es igualmente amplia, pero no siempre justa: desde 50 hasta 350 pesos, un valor que fluctúa dependiendo de las dimensiones, la complejidad del diseño y las figuras intrincadas que logran tejer.
Una artesana, quien prefirió mantener su nombre en reserva, compartió la historia que hay detrás de cada petate. “Empecé desde niña. Este siempre ha sido un oficio nuestro, de las mujeres, porque nos permitía trabajar desde casa y cuidar de la familia”, relató. Subrayó que se trata de un conocimiento sagrado que se hereda, un vínculo tangible que conecta a las abuelas con las nietas, preservando un modo de vida.
Detalló que el proceso de creación es largo y demanda paciencia. Todo comienza con la adquisición del rollo de palma, que debe secarse naturalmente durante toda una semana. Una vez lista la materia prima, inicia el tejido con la ayuda de una vara previamente medida que sirve como guía para comenzar las orillas. La pieza final, ya terminada, se somete a un último ritual: se pone a hervir. Este paso crucial no es un simple acabado; es un acto de garantía para asegurar que el petate perdure en el tiempo.
La demanda de estas piezas, explicó la artesana, tiene un pico muy definido en el calendario: la temporada de Día de Muertos. En estas fechas, los petates adquieren un profundo significado ceremonial, funcionando como la base fundamental sobre la que se construyen las ofrendas para honrar a los fieles difuntos. Es en este periodo cuando el fruto de su trabajo encuentra su propósito más espiritual y su mayor salida comercial, aunque aún insuficiente.
Pese a que sus manos tejen la historia y la identidad de Teopantlán, las artesanas enfrentan el dilema de mantener viva una tradición cuyo valor cultural supera con creces su retribución económica, poniendo en riesgo la continuidad de este legado textil.
