#Opinión
Apartir del 13 de Octubre de 1964 y después del enfrentamiento de la policía con los lecheros, se inició el movimiento popular estudiantil más importante que se haya registrado en Puebla contra un gobierno local.
Manifestaciones pidiendo la salida del poder de Nava Castillo, plantones, reparto de volantes fueron las armas del pueblo contra el mal gobierno.
Las clases en la UAP fueron suspendidas de hecho y el Carolino se convirtió en el centro de la rebelión.
El día 14 al medio día, el edificio Carolino prácticamente estaba sitiado por la policía estatal. Un numeroso grupo de estudiantes y maestros, con el rector Doctor Manuel Lara y Parra al frente marcharon de la 4 Norte Sur, por la Avenida Maximino Ávila Camacho, rumbo al palacio de gobierno ubicado a una cuadra de distancia en la contra esquina de los portales, Morelos e Hidalgo, donde estaban contingentes policiacos. Frente al palacio municipal estaba estacionado un escuadrón de motociclistas de tránsito.
Cuando la manifestación encabezada por el rector de la UAP se acercaba al palacio de gobierno, empezaron a sonar amenazantes los motores de las motocicletas y obedeciendo a una orden, sus conductores arrancaron a toda velocidad sobre los manifestantes.
En menos de un minuto la columna se desintegro. Estudiantes y maestros entraron a los comercios y despachos particulares de los edificios aledaños protegidos por propietarios y empleados de los mismos ya que un contingente policiaco se lanzó después de la embestida, para aprehenderlos.
Varios estudiantes lograron derribar a dos motociclistas y los tomaron como rehenes, uno de ellos de apellido Pardo muy conocido en Puebla.
El Carolino ya estaba lleno de estudiantes y de personas de las clases populares, dispuestos para la defensa y armados de piedras y palos. Las dos motocicletas quedaron destruidas y los dos motociclistas tomados como rehenes, encerrados en un pequeño cuarto del primer patio.
Llegaron más contingentes policiacos y al frente de ellos el mismísimo jefe de la corporación general Lepe, quien vestía traje y sombrero de fieltro. Se puso al frente de sus tropas y saliendo del palacio de gobierno caminó, rodeado de su gente, al edificio Carolino.
Frente al palacio quedó un gran número de policías al mando del director general de gobierno, coronel Ciriaco Tista Montiel.
Cinco minutos después de su salida del palacio regresaba el general Lepe, sin sombrero y ayudado por dos de sus hombres y con el rostro cubierto de sangre. Le habían dado una pedrada en la cabeza.
Volvió una tensa calma en el centro. La policía se retiró estratégicamente y los estudiantes y maestros que se protegieron en comercios y despachos empezaron a salir.
Una hora después, hubo un gran alboroto en el Carolino. Había caído un pez gordo en poder de los rebeldes, nada menos que el contralor general del estado doctor y coronel Luis Sánchez Domínguez.
Después del enfrentamiento en la calle, el contralor creyendo ingenuamente que podía pasar desapercibido, se metió al edificio Carolino para ver directamente lo que ahí estaba pasando. Sin problemas llegó hasta las escaleras para subir al paraninfo y a la rectoría, ahí estaba parado cuando alguien gritó: “Ahí está ese hijo de la chingada” y decenas de estudiantes se le fueron encima. Por momentos se pensó que sería linchado ahí mismo pero hubo quienes sin perder la cordura lograron calmar los ánimos y que se le llevara al cuarto del primer patio donde estaban los motociclistas.
La noticia corrió como reguero de pólvora por toda la ciudad. La actitud del gobierno se suavizo. Hubo negociaciones y se decidió la entrega de los detenidos en el Carolino.
La altanería, la prepotencia y la soberbia de la mayor parte de los funcionarios, dio paso al nerviosismo.
El jefe de la policía herido y hospitalizado, el contralor y dos motociclistas de tránsito en poder de los rebeldes y la rebelión no solo no cejaba si no que iba en aumento. Había un escándalo nacional.
Ciento diecisiete instituciones del país, entre ellas los centros escolares de (Cholula, Teziutlán, Tehuacán, Ciudad Serdán, Izúcar de Matamoros y el Niños Héroes de la capital) habían dado su apoyo a la UAP lo mismo que las universidades públicas de todo el país, agrupaciones de profesionistas, clubes de servicio, cámaras de comercio, etcétera, apoyaban el movimiento de Puebla contra el gobierno local.
Calladamente muchos ayuntamientos de la entidad estaban contra el gobierno, resentidos por el trato soberbio y despótico que habían recibido de altos funcionarios sin tomar en consideración su cargo y la representación que tenían.
Este reportero fue testigo de la forma en que un presidente municipal fue encarcelado por órdenes del titular de la Dirección de Gobernación, porque se negó a firmar su renuncia al cargo, que se le exigía en ese momento.
“Ah, no me vas a firmar”, le decía el funcionario y el presidente, un campesino, respondía: “Señor no lo puedo hacer sin consultar a los de mi pueblo, pues ellos me pusieron”.
La respuesta del funcionario fue arbitraria y humillante. “habla a la policía judicial, que vengan por este” ordenó a un empleado. Cinco minutos después llegaron dos judiciales y el funcionario les dijo en forma autoritaria: “llévense a este” y luego agregó dirigiéndose al presidente: “Yo pensaba ayudarte, pero a cabrones como tú, los mando a chingar a su madre”. Y el campesino al salir, todavía se quitó el sombrero para despedirse con un tímido pero atento “adiós señor”.
Antes de la media noche de ese día, más de cien campesinos del municipio que gobernaba el presidente encarcelado, estaban en el juzgado de distrito ubicado en la 2 norte en pleno centro, para pedir amparo para su presidente.
El juez, un abogado de apellido Gobea, no solo ordeno la inmediata liberación del alcalde sino que impuso una multa de 300 pesos (de aquella época) al director de gobernación.
Volviendo al Carolino. A la media noche había miles de personas entre estudiantes, maestros, padres de familia, y curiosos pues había el rumor de que el contralor y los motociclistas capturados, serian liberados.
El doctor Julio Glokner, muy respetado por la comunidad universitaria pues fue la figura central del movimiento de reforma de 1961, luchó y logró pacificar los ánimos.
La madrugada de ese día escoltado por maestros universitarios y al frente el doctor Glokner sacaron a los motociclistas en camilla y los entregaron a una ambulancia.
Una enorme valla de gente gritando insultos e improperios los despidió.
Al final salió el coronel Sánchez Domínguez con una cara de terror. Caminaba casi arrastrado por el doctor Glokner que lo llevaba del brazo, la gritería era ensordecedora y sólo el galeno mantenía cierta ecuanimidad.
Dicen que esa noche Sánchez Domínguez casi sufre un infarto.
Siguió el movimiento. El gobierno bajó sus ínfulas y los altos funcionarios sorprendieron a empleados y ciudadanos con un comportamiento casi humilde. Pero ya era demasiado tarde.
La noche del 29 de octubre, salían brigadas de estudiantes y jóvenes del pueblo a hacer pintas por toda la ciudad, leyendas contra Nava Castillo.
Desde las 22 horas, brigadas de golpeadores llegados de la ciudad de México empezaron a agredirlos por todos los puntos alejados del centro. A la media noche padres de familia y gentes de los barrios y colonias de la periferia llenaban el Carolino en busca de sus hijos. Se habilitaron puestos médicos para atender a los lesionados. En el centro de la ciudad había un movimiento como si fuera de día.
Eran las 7 de la mañana cuando fui despertado por uno de mis paisanos que vivían en el departamento de estudiantes que alquilábamos en la 2 poniente: “Oye hay tanques de guerra por todas partes y sacaron a todos los guachos en camiones” (guachos en el argot guerrerense quiere decir soldados) efectivamente el Ejército estaba en la calle y hacía sonar las sirenas de sus tanquetas y transportes. Desde temprano la gente estaba de pie ya corría el rumor de que Nava Castillo había pedido licencia y que lo sustituiría el ingeniero Aarón Merino Fernández gobernador del entonces territorio de Quintana Roo.
El comercio no abrió sus puertas, el Carolino era el centro de actividad más importante en esos momentos.
El congreso del estado preparaba una urgente sesión para ese día. Se realizó después de las ocho de la noche y para esa hora el centro de Puebla estaba abarrotado de gente de todas las clases sociales.
Las tanquetas y los transportes militares quedaron prácticamente paralizados por la gran cantidad de personas que los rodeaban por todas partes. No se podía caminar.
Los diputados leyeron la petición de licencia del general Antonio Nava Castillo, para separarse del cargo de gobernador del estado y en su lugar fue designado el ingeniero agrónomo Aarón Merino Fernández coincidentemente originario de Ixcaquixtla el mismo pueblo del general Nava Castillo.
Una comisión de diputados fue designada para ir por el y acompañarlo hasta el congreso. Media hora después rendía protesta como gobernador interino.
A pie y acompañado de los diputados locales, se dirigió al palacio de gobierno en la 2 norte y Maximino Ávila Camacho. Del edificio del congreso al palacio hizo casi una hora. Había tanta gente que avanzar era poco menos que imposible.
Parado en la cornisa de una de las ventanas del palacio y agarrado por un policía judicial de su cinturón para evitar una caída, Merino Fernández dio su primer mensaje a la población.
Nunca antes y nunca después, hasta la fecha, ha habido una manifestación ciudadana en Puebla como la de 1964.