La madrugada del martes 25, explotó una bomba de fabricación casera en la puerta principal del edificio que ocupa la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), organismo que agrupa a los obispos católicos de México. Si bien los daños no fueron graves, el hecho muestra que la violencia ha alcanzado a la Iglesia.
El mismo día, un grupo denominado Comando Feminista Informal de Acción Antiautoritaria (Cofiaa) se adjudicó el hecho y puso como uno de los motivos de esta acción los casos de pederastia cometidos por algunos clérigos.
Este hecho no es el único que se adjudica el Cofiaa; de 2015 a la fecha han puesto bombas caseras al menos en otras dos iglesias católicas de la Ciudad de México, además de las colocadas en otras instituciones financieras y de gobierno.
El diario El Universal (27 de julio, p. A12), cita a una de las publicaciones de este grupo que se identifica como “un conjunto de brujas reunidas en células de afinidad anarquistas feministas insurreccionales”; pone como fecha de inicio de la organización el 25 de agosto de 2014, cuando pusieron “artefactos explosivos en una oficina del PAN en el Distrito Federal y colocamos otro en la iglesia de Loreto en el centro histórico de la misma ciudad”.
Dos aspectos hay que tomar en cuenta frente a la explosión en la sede de la CEM: la presencia de este grupo anarquista y la violencia que han padecido algunos clérigos en varias partes de la república.
Desde hace ya varios años, en las manifetaciones de protesta o en marcha conmemorativas de algún acto de represión gubernamental, aparecen grupos de individuos encapuchados que se dedican a hacer pintas en paredes y a destruir aparadores. Estas bandas se hacen llamar anarquistas.
El anarquismo no es violencia; el verdadero anarquismo es una ideología que propone una transformación radical de las estructuras sociales. Los “anarquistas” de las manifestaciones y las “brujas”, como ellas se denominan, del Cofiaa, podrán ser cualquier cosa, menos anarquistas. No hay propuestas, no hay proyecto, solo hay muestras violentas de un presunto descontento social. No hay más qué decir.
Lo que sí hay que tomar en cuenta es la violencia que ha llegado a las puertas y los altares de los templos y ha causado, en los últimos 18 años, la muerte de 66 clérigos, la mayoría secuestrados previamente.
A partir de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, se descubrieron en el estado de Guerrero varias fosas; en una de ellas se encontraron los restos de un misionero comboniano de origen africano que trabajaba en comunidades de la Montaña. Recientemente han sido asesinados sacerdotes en la Ciudad de México y Coahuila.
Estos hechos reflejan el grado de inseguridad a que ha llegado el país; una violencia que ha tocado a una de las instituciones hasta hace poco respetadas incluso por la delincuencia.
Si bien el atentado contra las instalaciones de la CEM no tuvo mayores efectos que el deterioro de la puerta principal del edificio, la violencia en contra de los clérigos, no solo ha causado la muerte de varios de ellos, sino que además se concreta en extorciones por parte del crimen norganizado en aquellos estados en donde la violencia es el pan de cada día, ha generado la opinión en los medios internacionales de que en México hay dos profesiones cuyo ejercicio es riesgoso: el periodismo y el sacerdocio.
Desde luego, esto no significa que tanto unos como otros deben ser beneficiados con medidas de protección, estos hechos se unen al reclamo del ciudadado común, expuesto cada día a robos, extorsiones, asaltos en el transporte público y, en el peor de los casos, a ser víctimas inocentes en los enfrentamientos entre bandas criminales o entre éstas y las fuerzas del orden.