Iniciaban los años 70 del siglo pasado, la profesora Gertrudis Guerrero, «Tulitas» Guerrero, se mantenía activa en el magisterio poblano. Uno de sus destinos en Izúcar era la casa de las hermanas Peralta. A veces regresaba de alguno de sus cursos de capacitación en la ciudad de Puebla; en otras ocasiones llegaba de Chiautla de Tapia, tierra natal de ella, para visitar a sus dos compañeras de la infancia, con las que compartió sus días en la escuela primaria: Manuelita y Hermelinda.
Siempre llegaba con el mismo regalo en todas las ocasiones, un regalo que alegraba la casa: el regalo de su sonrisa, de ese buen humor que nunca se apagaba.
Llegaba a visitar a las dos compañeras con las que compartió su infancia en la Chiautla de la segunda década del siglo XX, a recordar y saborear de nuevo las anécdotas de aquel tiempo en que, lo que hoy ha sido bautizada como “la perla de la Mixteca”, era una villa pequeña, donde todo mundo se conocía, donde las noches eran iluminadas por las estrellas y las horas se medían de tres en tres al toque solemne de la campana mayor de la parroquia de San Agustín: campanadas de la misa de seis; de la tercia, a las nueve; del rezo del Ángelus al medio día; las de las tres de la tarde en memoria de la muerte de Jesús, y la de vísperas, a las seis; a cada una de ellas las mujeres respondían santiguándose y los hombres se quitaban el sombrero.
Sentadas a la sombra del chicozapote o el almendro o en la mesa o frente a la máquina de coser, las tres reían al calor de sus recuerdos o de las anécdotas de Tulitas en la escuela o con sus gatos, a los cuales trataba como sus hijos.
Sólo en una ocasión la vi llegar triste; en la calle se tropezó y cayó de rodillas; a casa llegó y le preguntaron qué había pasado; ella señaló sus rodillas y dijo:
– “Ay, hermana, me caí de rodillas en la calle, es lo único bonito que tengo y mira cómo quedaron”.
Así era Tulitas Guerrero, la mujer cuyo buen carácter, cuyo amor por la vida, cuya vocación para la enseñanza le mereció un reconocimiento de todos los que la conocimos, de todas las generaciones de sus alumnos, de los profesores que descubrieron en ella un modelo a seguir.
Después de una larga caminata por este mundo, por su Chiautla querido, por las aulas, por el contacto amoroso con los pequeños con quienes compartió sus conocimientos, Tulitas se despidió de este mundo a unos días de cumplir 112 años.
Tulitas Guerrero, la mujer, la profesora, la amiga que supo vivir la vida para los demás y para ella misma con alegría, con optimismo, como se debe vivir.
Retazos
El martes pasado, el Secretario de Gobierno del estado de Puebla recibió a nuestras compañeras Michelle y Natalie, quienes padecieron actos brutales de represión por parte de elementos de la Policía Municipal de Izúcar de Matamoros. El funcionario las escuchó y posteriormente declaró que en casos como este se llegará hasta las últimas consecuencias.
Esperamos que así sea, porque este caso no es el único donde la policía de Izúcar actúa con impunidad en contra de ciudadanos pacíficos, viola derechos humanos, atenta contra la integridad de mujeres y se pasea impunemente por un municipio que día a día es víctima de una delincuencia a la cual los uniformados parecen no ver.
Unos amigos de Ciudad Nezahualcóyotl me contaban que cuando alguien salía de su casa le decían: “cuídate, sobre todo de los policías”. ¿Se llegará a esto en Izúcar?