Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
En el estado de Guerrero se acaba de legalizar el aborto y en Puebla tiene ya en su poder una iniciativa la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado. El tema es delicado y ha dividido no solo a México, sino al mundo; una corriente rechaza totalmente su legalización; otros consideran algunos casos como justificables: violación, estupro, entre otros; hay quienes lo consideran un derecho humano de la mujer.
El tema, sin embargo, no puede reducirse a un asunto meramente legal. El aborto es un recurso último y controvertido, y no se reduce a la prohibición o permisión legal.
La lucha de anti o pro aborto ve el problema como un punto de partida, sea para la salud de la mujer, la solución a embarazos prematuros o el derecho de la mujer decidir sobre su maternidad. Pero el aborto no es un punto de partida, sino un punto de llegada de una problemática que responde a muchos factores.
Quizá el más superficial es el del prestigio social o la perspectiva de futuro de la mujer. Es el caso de las “niñas bien” que por un descuido quedan embarazadas y deciden abortar o de la mujer que considera la maternidad como un obstáculo para su desarrollo personal.
El aborto, señalé, no es un punto de partida, sino un punto de llegada. Explico.
En los casos arriba citados, así como en los embarazos prematuros se percibe como una de las causas la falta de una efectiva prevención de embarazos que puede tener su origen en una deficiente educación sexual, en relaciones sexuales ocasionales o en el nulo o mal uso de los métodos anticonceptivos. Estos son los puntos de partida para tomar la decisión de abortar.
Hay otras razones que llevan a la mujer a tomar la decisión de abortar. La menos justificable –desde mi punto de vista- es la que enarbolan algunos grupos feministas: el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, porque se acepte o no, el producto del embarazo es otro cuerpo alojado en el vientre materno.
Uno de los casos más frecuentes que llevan a pensar en el aborto son los embarazos de adolescentes, embarazos no deseados y que generan problemas emocionales y conflictos familiares que muchas veces terminan en actos violentos o en matrimonios forzados.
En muchos de estos casos, el aborto parece ser la única salida del problema, a veces sugerida por amigas o por el causante del embarazo y, en algunas ocasiones, por la misma familia. Sin embargo, la irresponsabilidad en las relaciones sexuales debiera convertirse en la responsabilidad frente al embarazo, porque hay una nueva vida de por medio.
Por esto, antes de llegar al grave final del embarazo, hay que prevenirlo, y esta prevención abarca varios aspectos de la vida de la o el adolescente: familia, escuela, grupos sociales, cuestiones de salud y jurídicas.
El punto de partida de la prevención es una acertada educación sexual. En muchas familias, hablar de sexo sigue siendo un tabú, algo prohibido; por esto, cuando el niño crece y llega a la adolescencia, la información -y solo información, no educación- la recibe de amigos o de adultos ajenos a la familia o, en el peor de los casos, la percibe como una agresión fruto del machismo. Ahí está el primer problema.
El segundo aspecto es la educación emocional; la falta de esta educación lleva, tanto al hombre como a la mujer, al miedo a perder a la pareja si no accede a las relaciones sexuales prematuras.
A estas dos razones contribuyen los medios de comunicación y las redes sociales, donde se difunde el mensaje de las relaciones sexuales como algo aislado en la vida de las personas: telenovelas, películas, mensajes en las redes donde se presenta la relación sexual como algo superficial y sin consecuencias.
El otro aspecto, quizá el menos atendido, es la educación ético sexual. Esta no se reduce solamente al principio de que fuera del matrimonio las relaciones sexuales van contra la moral.
La formación ética en el tema de la sexualidad debe centrarse en la responsabilidad que el ser humano adquiere al concebir una nueva vida. Esto debe llevar a valorar en su justo medio a las relaciones sexuales: como una expresión de amor, un acto de entrega que conlleva una satisfacción física y emocional; pero sobre todo asumirlas como una apertura a la vida, lo cual implica una responsabilidad frente a la posibilidad de un embarazo.
Para evitar los abortos hay que educar sexual, emocional y éticamente.