Punto de Vista / Nicolás Dávila Peralta
Los resultados del proceso electoral pasado constituyen una situación muy especial en la vida política, económica y social del país; representan el dominio de una nueva corriente política marcada por un deslinde frente a la forma en que se ha conducido a México durante los últimos 36 años, a partir, sobre todo, del derrumbe económico padecido durante el gobierno de Miguel de la Madrid y el ingreso de México a la órbita del neoliberalismo.
Las primeras iniciativas anunciadas por el todavía virtual presidente electo Andrés Manuel López Obrador, se orientan en el sentido de una gradual transformación en el modo de conducir los destinos del país.
Esto anuncia que, a partir del 1 de septiembre, cuando inicie trabajos el nuevo Congreso de la Unión, donde el Movimiento de Renovación Nacional y sus aliados, los partidos del Trabajo y Encuentro Social, suman mayoría en ambas cámaras, se presentarán las primeras iniciativas de reformas al marco legal para dar los primeros pasos hacia este cambio.
Para quienes optaron por el proyecto de “Juntos Haremos Historia”, esto muestra que el cambio va en serio; sin embargo, no hay que olvidar que ya pasó la época en que el presente y el futuro del país estaba en manos de un caudillo, de un tlatoani. El cambio por el cual votó la mayoría debe significar también el final de la época de caudillos.
Esto parece ser lo más difícil de superar; muchos candidatos a gobernadores, diputados y alcaldes lo demuestran: sin presencia política, sin imagen frente al electorado, con varios “chapulines” que abandonaron los partidos en los que militaban para subirse al barco de “Juntos Haremos Historia”, ellos cobijaron sus campañas bajo la sombra de López Obrador; lo mismo sucedió con millones de votantes que lo vieron como el redentor esperado.
Es tiempo de superar esa cultura que nos viene desde hace ya muchas décadas, cuando el presidente de la república era el caudillo sexenal.
Será difícil; pero hay que asumir que los ciudadanos no solo votamos por una persona, ni los ganadores de un sitio en el Congreso de la Unión, en las gubernaturas, los congresos locales y las alcaldías pueden esperarlo todo del futuro presidente. Cada uno tiene una tarea en este cambio que debe realizarse en un doble sentido: desde arriba, quienes asumirán el poder; desde abajo, todos los ciudadanos dispuestos a cumplir su tarea en contra de la violencia, la corrupción, el influyentismo; pero, sobre todo, en la educación de las nuevas generaciones.
Después del voto, sigue el apoyo a las iniciativas y conductas que reflejan este cambio –que será lento-; pero también la actitud de crítica responsable hacia quienes frenen o actúen en contra de las aspiraciones de los ciudadanos.
El PRI no ha muerto
Después del pobre resultado en las elecciones del 1 de julio, los dirigentes del Partido Revolucionario Institucional han llamado a un proceso de reflexión y revisión del actuar del otrora poderoso y predominante partido de México y que en estas elecciones sufrió la aplastante derrota de su candidato presidencial José Antonio Meade Kuribreña, la pérdida de la mayoría en el Congreso de la Unión y legislaturas locales y la derrota en las nueve gubernaturas que estuvieron en juego.
Esta derrota, la más terrible en la vida del PRI desde su fundación en 1929, lo ubicó en el tercer lugar de las preferencias electorales y con una minoría histórica en el Congreso de la Unión.
Frente a este panorama, el presidente nacional de ese partido, René Juárez Cisneros, envió un mensaje a todos los militantes para llamarlos a realizar un proceso de reflexión profunda para recoger el sentir de las bases del tricolor para construir un partido diferente.
El mensaje que René Juárez Cisneros ha enviado a la militancia y a los líderes estatales, se orienta a volver los ojos a las bases del partido, olvidadas por los neoliberales que controlaron ese instituto político desde 1982.
El reto por delante consiste en revisar formas y métodos de trabajo a fin de adecuarlos a las nuevas circunstancias y cambiar aquello que lo lleve a una mayor identidad con los sectores sociales del país.
Ojalá, este llamado sea el fin del dominio de los tecnócratas neoliberales, indiferentes al sentir de las bases priistas e ignorantes de la realidad nacional, obsesionados como están por aplicar en México las recetas económicas que ya han sido descalificadas en muchos países; de lo contrario, el PRI seguirá siendo un partido lejano a las aspiraciones de las generaciones futuras de México y con un pie en su desaparición, a pesar de su estructura corporativa.