Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
A finales del mes de enero, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (Inegi) dio a conocer los resultados del censo nacional 2020. Hay en México 126 millones de habitantes. Los datos abarcan diversos aspectos del modo de vida y de los niveles educativos, laborales, calidad de la vivienda y religión.
Secularmente, la religión católica ha sido la dominante en la población mexicana. Sin embargo, los datos recolectados en 2020, señalan una disminución en el porcentaje de población que se declara de religión católica.
En 2010, el censo dio a conocer que el 82.7 por ciento de la población se consideraba católica; sin embargo, en el censo de 2020 el porcentaje se redujo al 77.7 por ciento, es decir, una disminución del cinco por ciento; esto equivale a 97.2 millones de personas que se declararon católicas.
Por el contrario, el número de quienes se declararon de una religión distinta a la católica, principalmente cristianos evangélicos pasaron, en diez años, de un 7.5 a un 11.2 por ciento de la población, pasando de 10 a 16 millones de personas mayores de cinco años; en tanto que el 10 por ciento de la población se declaró no creyente o creyente sin religión; la diferencia es de 4.6 millones en 2010 a 9 millones en 2020.
Hay que advertir que el número de personas que se declaró católica en el censo de 2020 no representa al cien por ciento de los católicos practicantes; ahí se incluyen quienes se declaran católicos por tradición familiar, los que reducen su práctica a devociones a X o Z imagen o los que únicamente asisten a bodas, bautizos u otras ceremonias religiosas ocasionales. Se puede calcular que solo el 20 por ciento de los que se declararon católicos son en verdad practicantes.
Esto representa un problema para el catolicismo, a lo que se añade la situación que vive el país por la pandemia, con templos cerrados o un aforo del 20 por ciento, la ausencia de catequesis y la inactividad de los grupos de apostolado seglar.
Sin embargo, la disminución en el porcentaje de católicos y el crecimiento de los fieles de grupos cristianos milenaristas o el ateísmo practicante, sobre todo en jóvenes, tiene muchas causas.
En cuanto al trabajo pastoral de los líderes católicos, esta realidad muestra que sus proyectos no siempre han sido los correctos, sobre todo porque un gran número de sacerdotes han reducido su trabajo a administrar sacramentos y celebrar misas, sin mayor contacto con sus feligreses y han olvidado la instrucción religiosa más allá del catecismo infantil.
Pero lo que más ha influido, sobre todo en las nuevas generaciones, han sido, a mi juicio, dos problemas: la conducta de la alta jerarquía y los problemas de pederastia.
A partir de la llegada al papado de Juan Pablo II, se dio marcha atrás a los compromisos asumidos en el Concilio Vaticano II, se volvió a clericalizar la Iglesia y pocos fueron los espacios de actividad de los laicos, sobre todo de quienes construían nuevas opciones para la práctica de la fe católica.
Esto generó en México una jerarquía no solo conservadora, sino aliada al poder político y económico. Los ejemplos más notorios fueron los de los cardenales Norberto Rivera y Juan Sandoval, ligados a la clase empresarial más conservadora y opresora. Muchos fieles no ven, hasta la fecha, a ministros de Jesús de Nazaret, sino a príncipes medievales.
La otra causa son los casos de pederastia, sobre todo el del fundador de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel, cuya doble vida fue el mayor escándalo de la Iglesia en México; al que se han unido muchos otros casos que han causado escándalo entre los fieles. De esta realidad ha partido el ateísmo militante de muchos jóvenes mexicanos.
Si a esto se unen los vínculos que tienen con el catolicismo los grupos políticos conservadores, el panorama se completa.
Mientras la sociedad busca caminos de justicia, igualdad y, sobre todo, impulso a los valores humanos que le den sentido a la trascendencia, y no encuentren respuesta en el catolicismo, seguirán otros caminos que les brinden lo que buscan, sea en religiones milenaristas, en corrientes orientales o en el ateísmo.
El reto, pues, es muy grande para el catolicismo mexicano.