La conmemoración más notable en la ciudad de Puebla es la que recuerda la batalla del 5 de mayo de 1862, cuando las fuerzas republicanas de México, apoyadas por indígenas de la Sierra de Puebla y la Mixteca, vencieron al hasta entonces considerado por los europeos el ejército invencible, el francés.
La defensa de Puebla desde los fuertes de Loreto y Guadalupe, por el ejército comandado por el general Ignacio Zaragoza, es uno de los episodios más destacados en la defensa de la soberanía de México, entregada a los caprichos del emperador francés Napoleón III por el sector conservador, empeñado en hacer de México un imperio gobernado por el austriaco Maximiliano de Habsburgo.
Resulta, pues, falso que se califique la victoria del 5 de mayo como fruto de la unidad de todos los mexicanos en contra de los invasores franceses. En el campamento francés, al lado del general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, se encontraba el mexicano Juan N. Almonte, uno de los promotores de la invasión; y en el plan de ataque francés se esperaba contar con el apoyo de fuerzas mexicanas conservadoras que, afortunadamente, fueron derrotadas el 4 de mayo en Atlixco.
Tras la derrota, los franceses se retiraron a Orizaba. Napoleón III relevó de su cargo al conde de Lorencez y en su lugar envió a François Achille Bazaine, con más tropas.
Reforzado así el ejército francés y apoyado por las tropas de los mexicanos conservadores, iniciaron el sitio de Puebla el 17 de marzo de 1863. Las tropas del general Jesús González Ortega, defendieron metro a metro la ciudad durante 62 días, hasta que el 17 de mayo, se rindió la plaza sin armamento y sin víveres. Tan heroica fue esta defensa, como la batalla del año anterior.
Sólo así pudieron los franceses avanzar hacia la capital del país y entronizar al archiduque Maximiliano como emperador de México, con el agrado y satisfacción del grupo de mexicanos que pisotearon la soberanía nacional.
Sin embargo, el llamado Imperio Mexicano nunca tuvo paz; el ejército mexicano se mantuvo en pie de lucha en todo el territorio nacional; los conservadores pronto se desilusionaron de su emperador que resultó tan liberal como los republicanos; en tanto que Napoleón III desistió de su intención de extender su dominio sobre tierras americanas y paulatinamente fue retirando sus tropas de territorio mexicano.
Nuevamente Puebla fue una ciudad estratégica para el triunfo de la república. El general Porfirio Díaz Mori, quien había ya recuperado gran parte de los estados de Oaxaca, Guerrero y Veracruz, atacó la ciudad de Puebla el 2 de abril de 1867 logrando que las tropas francesas y mexicanas conservadoras se replegaran hacia los cerros de Loreto y Guadalupe, donde el día 4 se rindieron.
Así, en el mismo lugar en donde en 1862 el Ejército de Oriente, al mando del general Ignacio Zaragoza, venció al ejército francés, en 1867 las fuerzas del general Porfirio Díaz derrotaron a los conservadores aliados todavía con los franceses y abrieron las puertas de la ciudad de México para culminar la victoria republicana, tras la derrota de Maximiliano en Querétaro.
Pero la historia no es solo una crónica de hechos pasados; la historia es una maestra del presente y un referente para el futuro.
Hoy, como hace 155 años, hay mexicanos empeñados en entregar la soberanía nacional a los capitales extranjeros y a las ambiciones del gobierno de los Estados Unidos.
Como en los años 60 del siglo XIX, hoy es necesario defender la soberanía, ya no con las armas, sino con la madurez política de los ciudadanos, frente a una camarilla de políticos empeñados en ceder soberanía política y económica bajo las normas infames del neoliberalismo, cuya expresión reciente han sido las llamadas reformas estructurales y cuyo resultado es la crisis estructural que hoy padecemos.