Nicolás Dávila Peralta
El viernes pasado se conmemoró el 161 aniversario de la Batalla de Puebla, un hecho histórico donde el ejército francés, considerado entonces como el mejor ejército del mundo, fue derrotado por las fuerzas mexicanas republicanas en los cerros de Loreto y Guadalupe.
Después de la Guerra de Reforma que culminó con la Constitución de 1867, donde se estableció que México sería una república federal y se determinó el carácter laico del Estado, el país enfrentó las consecuencias económicas de la confrontación y el gobierno de Benito Juárez decretó la suspensión de pagos de la deuda externa. Ante esto, los gobiernos de Francia, España e Inglaterra enviaron a sus tropas que desembarcaron en el puerto de Veracruz.
El gobierno mexicano entró en negociaciones que aceptaron los gobiernos español e inglés y retiraron sus tropas, no así Francia cuya intención era dominar a México en favor del sector conservador. Seguro de su triunfo el ejército galo avanzó hacia la capital. El ejército mexicano, se fortificó en Puebla y el 5 de mayo de 1862 derrotó al llamado mejor ejército del mundo.
El emperador francés Napoleón III no cejó en su empeño de dominar a México y aprovechó al derrotado Partido Conservador para establecer un gobierno monárquico.
Tras su avance sobre la capital en 1863, una comisión de políticos conservadores, encabezada por Juan Nepomuceno Almonte (hijo del generalísimo José María Morelos) en 1863 se entrevistó con el archiduque Maximiliano de Habsburgo para ofrecerle el trono de México. Con el apoyo del ejército francés, los conservadores recibieron con júbilo al noble austriaco y lo coronaron Emperador de México un año después.
En 1866, a Napoleón III dejó de interesarle México, empezó a retirar sus tropas del país y un año después las escasas tropas conservadoras fueron derrotadas y Maximiliano fue fusilado en Querétaro el 19 de junio de 1867. Así terminó la aventura conservadora de tener un imperio y crear una sociedad mexicana dividida en nobles y plebeyos.
La aventura conservadora del siglo XIX muestra dos características que ha mantenido un sector minoritario, pero económicamente poderosos de la sociedad mexicana.
El conservadurismo mexicano divide a la sociedad en dos grupos: los llamados a gobernar: dueños del capital, la clase socialmente alta, y los destinados a ser siempre gobernados: indígenas, campesinos, artesanos, obreros, en fin, las clases inferiores en raza, educación e inteligencia, incapaces de gobernarse por sí mismas.
La segunda característica es su tendencia a buscar el apoyo de otros gobiernos y permitir que éstos dominen al país, en beneficio de los sectores conservadores.
Así se entiende que hoy, en pleno siglo XXI, la derecha en México continúe dividiendo a la sociedad en dos clases sociales y califique a los que considera inferiores como “chairos”, ignorantes, y busque el apoyo de organizaciones conservadoras de otros países y hasta de organismos internacionales como el Parlamento Europeo.
Como en el siglo XIX, hoy la derecha conservadora es clasista y entreguista.