Opinión de Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
El 24 de febrero el mundo despertó con la noticia de la invasión de Rusia a la República de Ucrania, un pequeño país que formó parte, primero, del Imperio Ruso y después de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que, en 1991, tras la caída del régimen comunista soviético, declaró su independencia.
Como las invasiones estadounidenses a Afganistán e Irak, este conflicto bélico puede parecernos muy lejano –hasta el otro lado del mundo-; sin embargo, en un mundo globalizado las repercusiones de un conflicto de esta naturaleza afectan a todos los países del mundo.
Veamos primero, las causas de esta invasión.
Tras el derrumbe de la URSS, varios de los países que la formaban declararon su independencia; Armenia, Georgia, Estonia, Bielorrusia y Ucrania fueron algunas de estas naciones. Ucrania tiene una posición estratégica que se disputan tanto Rusia como los países que forman la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Estados Unidos entre ellos.
Ucrania ha sido invitada a formar parte de la OTAN; pero Rusia considera que eso no debe ser, porque eso significaría tener a esta poderosa organización occidental en sus fronteras.
Por el contrario, el gobierno ruso, encabezado por Vladímir Putin considera a Ucrania como un territorio estratégico para la seguridad de su país, en otro tiempo una potencia mundial. Tanto es así que, en 2014, Rusia reconoció a la península de Crimea (territorio ucraniano) como una República unida a la Federación Rusa.
Hoy pasa lo mismo con los territorios de Donetsk y Luhansk que Rusia reconoció como Repúblicas independientes de Ucrania. Ahí el pretexto para invadir el país y exigir el derrocamiento del gobierno que simpatiza con la OTAN.
Esta es la causa política y militar del conflicto, pero detrás de esto hay más.
La riqueza ucraniana
Ucrania es un país muy rico en productos estratégicos para las grandes potencias.
Además de ser de los países con mayor producción de hierro, carbón y gas, ocupa el décimo lugar mundial en reservas de titanio, primeros lugares en reservas de uranio y segundo lugar mundial en reservas de manganeso; todas ellas estratégicas para la industria y la defensa.
No en balde la OTAN y Rusia se disputan ese territorio; ambas codician esa riqueza para sobresalir en el poder económico a través de la industria, y en el poder militar a través de elementos necesarios para la carrera armamentista. No hay que olvidar que la OTAN fue creada durante la llamada “guerra fría” (capitalismo contra comunismo) como una fuerza militar estadounidense-europea.
Así pues, lo que se disputa al precio de la sangre de ucranianos y de militares rusos es el poder mundial.
Pagan justos por pecadores
La guerra al otro lado del mundo, sin embargo, repercutirá en todas las naciones del planeta y México debe estar preparado para esta situación que llega cuando aún no hemos salido de la pandemia.
Las primeras repercusiones se han empezado a sentir en la elevación de los precios del gas, el petróleo y sus derivados. Rusia es el principal proveedor de gas para Europa; la guerra cierra la compra y el resto de los países productores elevan sus precios.
Por desgracia, el desmantelamiento de la empresa petrolera mexicana iniciada con Carlos Salinas y completada con la reforma energética en el gobierno de Peña Nieto gracias a la alianza PAN-PRI-PRD, convirtió a México, de un país exportador a un país importador de gas y derivados del petróleo. Dependemos de Estados Unidos en el consumo de estos productos que, por la guerra al otro lado del mundo se encarecerán y afectarán la economía nacional.
Además, al elevarse el precio de los energéticos necesarios para la industria, los servicios y la vida diaria de los mexicanos, tendrá efectos en los precios de muchos productos más y acelerará la inflación que repercute en la canasta básica.
El presidente Andrés López Obrador ha afirmado que México está preparado para enfrentar los efectos de esta guerra; esperemos que sea verdad y que su gabinete, principalmente los responsables de la economía, tengan las capacidades para responder a esta nueva crisis a la que México y el mundo se enfrentarán.
En las redes sociales hay partidarios de uno y otro bando en este conflicto; pero recordemos dos cosas: una guerra significa sufrimiento para la población civil, pérdida de vidas, discapacidad para muchos sobrevivientes, hambre, pérdida de un techo y hasta de una patria para quienes huyen; mientras los promotores y provocadores del enfrentamiento lo viven desde sus despachos y sus cuarteles de mando.
La sangre la ponen los civiles y los soldados rasos; las ganancias son para los dueños del poder político y económico y para quienes se enriquecen con la industria de las armas, la industria de la guerra.