Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
La pandemia que azota al mundo y que en México lleva ya nueve meses, a partir de los primeros casos detectados, constituye un reto inédito para nuestro país en varios aspectos. Sin duda, el primero fue enfrentar el contagio del virus SARS-Cov-2 con una estructura de salud minada por las malas administraciones de sexenios pasados y la crisis económica generada por las medidas de confinamiento acertadamente aplicadas por las autoridades sanitarias.
Sin embargo, estas medidas de confinamiento han constituido y constituyen hasta hoy el mayor reto para niños, adolescentes y jóvenes, al asumirse la educación a distancia, como una medida necesaria.
Desde el jardín de niños hasta la educación superior, alumnos, profesores y autoridades educativas han tenido que responder a los retos que esto representa en un país marcado por las desigualdades económicas, de infraestructura y del nivel educativo de los padres de familia, a lo que se añaden las diferencias geográficas de un país donde hay zonas de nulo acceso a las señales de la red e incluso la carencia de energía eléctrica.
Treinta años de economía neoliberal llevó a una acumulación de capital en pocas manos que agudizó la brecha económica entre una minoría enriquecida y una mayoría empobrecida.
La educación a distancia no fue problema alguno para el sector más favorecido económicamente, con acceso a todas las tecnologías de la información. Sí fue un reto para las clases medias, donde muchas familias tuvieron que invertir para que sus hijos enfrentaran con éxito el nuevo reto educativo.
No fue lo mismo para las familias pobres y mucho menos para las zonas rurales más alejadas o ubicadas en zonas montañosas del país, de difícil acceso y muchas de ellas aún sin energía eléctrica, en pleno siglo XXI.
La educación a distancia ha sido un reto para los profesores, sobre todo los de educación básica; para la mayoría, este tipo de enseñanza fue una novedad a la que han tenido que irse adaptando en el uso de las redes sociales y la exigencia de creatividad.
Pero el mayor reto es para alumnos y padres de familia. Los primeros, acostumbrados a las clases presenciales, han tenido que adaptarse al ambiente de casa para poder participar en clases a distancia; los padres de familia porque esto les ha exigido convertirse en asesores docentes, auxiliares en el aprendizaje, sin que muchos de ellos tengan los conocimientos necesarios para esta tarea. Muchos niños y adolescentes han tenido que dejar los estudios por carecer de las condiciones mínimas para continuarlos.
Todo esto, implica un programa de innovación educativa por parte de las autoridades federales y estatales que abarca varios aspectos de la estructura social, desde la preparación de las nuevas generaciones de docentes, hasta la respuesta a las necesidades económicas y de infraestructura del país, para sentar las bases del acceso universal a la educación. No es tarea fácil, pero es un reto ineludible, aun cuando se supere esta contingencia sanitaria.
Por esto, preocupa que los partidos políticos con representación en los poderes legislativos federal y de los estados, estén más preocupados por las elecciones de 2021 que en presentar iniciativas que resuelvan los problemas educativos, económicos y culturales que inciden en la formación de las nuevas generaciones.
Igualmente, es preocupante que las organizaciones sociales que hoy buscan formar un frente común de oposición, tengan como único objetivo las elecciones, para ser un contrapeso al gobierno, según afirman, y carezcan de propuestas que contribuyan a enfrentar los retos que para México representan los efectos de esta pandemia, entre ellos la educación.
¿Opinar o censurar?
El jueves pasado, varios medios informativos suspendieron o se retiraron de la conferencia de prensa que realizaba el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, candidato republicano a un segundo periodo presidencial, en la Casa Blanca; el argumento fue que mentía en varias de sus afirmaciones; de este modo, cerraron a los estadounidenses la posibilidad de informarse.
Conforme a los principios de un buen periodismo, la audiencia tiene derecho a conocer los hechos y dichos de un funcionario, sean estos verdaderos o falsos. La objetividad consiste en dar a conocer los hechos o las declaraciones de personas públicas, tal como el reportero las percibe o como las expresa el declarante, no más.
El deber de un periodista o de un medio informativo, no es censurar la información, sino darla a conocer. Después, como segunda tarea periodística está el formar opinión.
El periodista está en su derecho de analizar y valorar esa información, señalando los errores o mentiras que el declarante haya hecho. Esto es muy diferente a la censura utilizada por los medios estadounidenses en el caso de las declaraciones de Donald Trump.