El Partido de la Revolución Democrática nació en 1989 como reacción frente a la apertura neoliberal propiciada por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado y aplicada a partir de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari. En su formación confluyeron la Corriente Democrática desprendida del PRI y un amplio abanico de organizaciones de izquierda. Fue el Partido Mexicano Socialista el que cedió su registro para que el PRD fuera reconocido como partido político.
Bajo el liderazgo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el partido se enfrentó a la represión sistemática del régimen salinista, pero mantuvo su figura de opción política frente al sistema neoliberal aplicado por Salinas y aplaudido y apoyado por el Partido Acción Nacional.
Sin embargo, durante el gobierno de Ernesto Cedillo Ponce de León se hizo notoria su principal debilidad: la confluencia de diversas corrientes de izquierda y centro izquierda que buscaron controlar al partido e influir en sus decisiones. Al asumir el poder Vicente Fox, el PRD inició su caída; fue entonces la tercera fuerza política, con menos del 20 por ciento de los votos. Era entonces presidenta del partido una antigua militante de la izquierda: Amalia García.
Bajo el liderazgo de Rosario Robles (hoy funcionaria del gobierno de Enrique Peña Nieto) los videoescándalos de Gustavo Ponce, René Bejarano y Carlos Ahumada contribuyeron a la decadencia del PRD. Después de los liderazgos de Godoy, Cota, Graco Ramírez, Raymundo Cárdenas y Acosta Naranjo, se ubicaron “Los Chuchos” como líderes del partido hasta llegar al desventurado “Pacto por México” en el actual gobierno, que abrió las puertas a las llamadas reformas estructurales.
Los errores de “Los Chuchos” y la salida de López Obrador del partido para crear el Movimiento de Renovación Nacional (Morena), debilitaron aún más al que hace 28 años se percibía como la opción frente a la voracidad neoliberal.
Hoy, la antigua sobrecargo Alejandra Barrales dirige un instituto político en desbandada; muchos líderes locales han dejado el partido para incorporarse a Morena o, de manera independiente apoyar la ya segura candidatura presidencial de López Obrador. El golpe más fuerte es la salida de 11 senadores de las filas del PRD para declararse como Frente Parlamentario y manifestar su apoyo a López Obrador, lo que deja a la bancada perredista con ocho senadores.
La presidenta del PRD y senadora ha exigido la renuncia de los 11 legisladores a las filas del PRD y el primero que ha anunciado su salida del partido es Miguel Barbosa; seguramente los próximos días el resto del llamado Frente Parlamentario hará lo mismo; de otro modo será el PRD el que los expulse de sus filas.
El viernes pasado, la dirigente perredista reconoció que el partido está en crisis y señaló como causa el haber dejado “la lucha por las causas de la gente” para centrarse más en “la lucha por los espacios políticos”; sin embargo, esta explicación dice muy poco, pues lo único que hace es reconocer lo que todos los partidos hacen en México y que les ha valido el desprestigio popular: todos buscan los cargos públicos y se olvidan de la situación en que viven los ciudadanos.
Las causas son más profundas. El PRD renunció de facto a sus principios ideológicos y renunció a luchar por un proyecto de nación diferente al que han establecido y defendido los dos partidos que han compartido el poder: PRI y PAN, a tal grado que se ha llegado a las absurdas alianzas con la derecha política para compartir el poder.
Hoy los perredistas se dan cuenta de que han dejado de ser la opción de la izquierda en México, aunque su lideresa insista en que el Partido de la Revolución Democrática sigue siendo el partido de la izquierda mexicana. Las elecciones presidenciales de 2018 encontrarán a un PRD en declive, a Morena sustentado en el liderazgo de un solo hombre y el resto de partidos autocalificados de izquierda buscando al partido que les garantice su registro.
¿Podrá haber una izquierda fuerte frente a las derechas panista y priista que hoy detentan el poder? Queda menos de un año para saberlo.