Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
«Le acabo de disparar a mi abuela en la cabeza” … “Voy a llenar de balas una escuela primaria ahora mismo”. Estos son los dos mensajes que Salvador Ramos envió a una adolescente que conoció por las redes sociales, antes de asesinar a sangre fría a 19 niños y dos maestras en una escuela de Uvalde, Texas, con armas que compró sin problemas el día de su cumpleaños número 18.
Los niños de esta escuela estaban en su última semana de clases cuando este individuo, sin razón alguna, disparó en contra de los alumnos de un aula de cuarto grado, donde se atrincheró hasta que la policía lo abatió.
Este no es el único episodio sangriento en una escuela de los Estados Unidos, país que se ubica en el primer lugar en este tipo de acciones perpetradas por uno o más civiles con armas de alto calibre.
La sociedad estadounidense aún recuerda la masacre del 14 de diciembre de 2012, cuando un individuo quitó la vida a 20 niños de seis y siete años y a seis profesoras en una escuela de Newtown, Connecticut, o el perpetrado en el Instituto Marjory Stoneman Douglas, de Parkland, en Florida, que dejó 34 víctimas, 17 de ellas muertas.
Los atentados, sin embargo, no solo se han registrado en escuelas; centros comerciales y espacios de diversión también han sido escenarios de hechos sangrientos.
Ante esto, las preguntas son muchas, todas orientadas a tratar de responder a las causas de estos atentados que no solo afectan al país vecino del norte, sino a todas las naciones del mundo, en mayor o menor medida.
La violencia es el gran mal de nuestro tiempo. Hoy nos sorprendemos por la masacre de Uvalde, una población cercana a San Antonio, Texas, pero a diario vemos hechos violentos del ejército de Israel contra la población palestina; somos testigos de la invasión de Rusia a Ucrania; a diario se nos informa de la violencia en nuestro país; cada día suman más las muertes violentas en la región sur del estado de Puebla.
Sin agotar el tema -no soy especialista- quero enumerar algunos puntos que están en el fondo de esta conducta irracional e inhumana.
Tener fácil acceso a un arma mortal es el primer paso. En los Estados Unidos basta con tener 18 años de edad y cualquier ciudadano puede comprar un arma. En México, las bandas delincuenciales están armadas; en las disputas entre particulares, sorpresivamente salen a relucir las armas.
Las guerras son el gran negocio de los fabricantes de armas, los países beligerantes y los grupos delincuenciales son sus principales clientes. En México, donde la posesión de armas está legalmente controlada, la venta ilegal hace que cualquier persona pueda poseer una, no solo para sentirse segura, sino para demostrar que es “valiente”.
Además, vivimos en una cultura de la violencia. Se ha perdido el valor de la vida humana y a esto han contribuido los medios de masas: la prensa roja, la televisión, el cine, los videojuegos. Películas, series de televisión, juegos de video violentos, refuerzan esta cultura de la violencia, al grado de matar sin ningún sentimiento de culpa. Se empieza a ver esto como algo normal y hasta natural en el ser humano.
Es tal la cantidad de mensajes violentos que reciben las nuevas generaciones e incluso de los hechos sangrientos de los cuales pueden ser testigos, que se convierten en un factor negativo en la educación de niños y adolescentes.
Se va rompiendo la convivencia social, se desplaza la solución pacífica de los conflictos por la acción violenta y, lo peor, existe la realidad de familias que educan a sus hijos en esta cultura de la violencia, a través de la agresión intrafamiliar, el machismo, el acoso escolar, la inestabilidad emocional de los padres que lleva al divorcio y a la marginación de los hijos, así como el alcoholismo y la drogadicción.
Hoy volteamos los ojos hacia Texas, hacia Uvalde; pero tenemos la violencia cercana a nosotros. La ejecución de la abogada Cecilia Monzón, las mujeres secuestradas y asesinadas en el sur del estado de Puebla, las disputas entre narcomenudistas que terminan en asesinatos; todo esto está cerca de nosotros, en nuestras calles, nuestras carreteras, nuestros campos, nuestras barrancas, nuestros ríos.
Si bien en los Estados Unidos es claro que se requiere un mayor control de la venta y posesión de armas; en nuestro país es urgente que, en la educación pública y privada, los programas de estudio incluyan la formación ética del estudiante, una formación que revalore la vida propia y las de los demás, que enseñe la importancia de la solución pacífica de los conflictos. En fin, es necesaria una educación que contrarreste esta lluvia de mensajes violentos que niños, adolescentes y jóvenes reciben a diario.
México, Puebla, el sur, no son la excepción.