Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
El martes, 8 de marzo, es el Día Internacional de la Mujer. Como otras muchas fechas conmemorativas, ésta ha ido perdiendo su origen y sentido, sobre todo por la influencia de las empresas de televisión y las redes sociales; hoy se corre el peligro de convertirla en una fecha comercial más, en donde los floristas hacen su agosto, como el 14 de febrero o el 10 de mayo.
La fecha elegida para esta conmemoración se basa en la lucha de las mujeres trabajadoras, sobre todo en dos hechos: uno, en el siglo XIX, donde mujeres obreras estadounidenses marcharon en protesta por las malas condiciones de trabajo en las fábricas, y el otro, cuando en 1908 murieron calcinadas en su centro de trabajo 146 mujeres que reclamaban mejores condiciones de trabajo.
Si ambas versiones le quitan al Día Internacional de la Mujer un carácter romántico y cursi, más todavía lo hace la forma en que esta fecha se estableció en el mundo. Fue en 1910, durante el II Congreso Internacional de Mujeres Socialistas celebrado en Copenhague, Dinamarca, que las activistas alemanas Clara Zetkin y Käte Duncker propusieron que el 8 de marzo se estableciera como Día Internacional de la Mujer, en homenaje a las mujeres trabajadoras que levantaron su voz y sufrieron las consecuencias de organizarse en contra de la explotación capitalista.
Así pues, el Día Internacional de la Mujer es una fecha para demandar respeto y respetar los derechos que la mujer tiene como ser humano en los campos de la educación, el trabajo, la política y la cultura, entendida ésta es todos sus aspectos: el arte, las tradiciones, la vida familiar, la religión y la vida social. Hoy se suma un reclamo contundente frente a la violencia: el derecho a la vida.
En 1948, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos que confirma la igualdad de las personas sin diferencia de nacionalidad, religión, sexo, educación, cultura, etcétera; prohíbe la discriminación, la tortura y la esclavitud; consagra el derecho a la vida, la igualdad ante la ley; el respeto a la intimidad, y los derechos a la libertad de movimiento, a una nacionalidad, al matrimonio y la familia.
Junto a la igualdad de derechos dentro y fuera del matrimonio, la declaración considera un derecho humano el derecho de propiedad, la libertad de pensamiento y expresión, a la libre asociación y a la democracia.
Derechos humanos son, también, el derecho a la salud, el trabajo con salario justo y libertad de asociación, a la educación y la alimentación.
Así pues, esta fecha es una oportunidad para hacer una evaluación del respeto a los derechos de las mujeres, de todas, sin distinción alguna. Es tiempo de preguntarnos, con la mirada puesta en la realidad de esta región sur del estado de Puebla y las Mixtecas poblana, guerrerense y oaxaqueña: ¿cuáles son los derechos que la mujer ha demandado, y cuáles los que todos respetamos?
Aún existe la discriminación en relación con el sexo; estamos todavía acostumbrados a considerar a la mujer como sujeta al hombre, menor que él, sin ascenso equitativo a la educación, a la salud, al trabajo digno e incluso en algunas regiones, sin derecho a la propiedad y a la participación política. Aún escuchamos a gente –incluso mujeres- que afirman que estas actividades son “cosa de hombres”.
Es necesario reconocer que en muchos pueblos encontramos mujeres –madres, abuelas- que se desempeñan como cabezas de familia, coordinan las tareas de cultivo de la tierra, administran negocios, participan en política, desempeñan papeles importantes en las actividades religiosas o cuentan con una profesión que desarrollan a la par del hombre.
Sin embargo, aún queda mucho por avanzar. Todavía existen zonas rurales en donde la mujer sigue relegada a un segundo término, sin voz ni voto en la vida social y familiar; aún existen mujeres jóvenes analfabetas por culpa de sus padres, mujeres a las que se les prohíbe ejercer su derecho al voto; mujeres con salarios menores a los del hombre y, lo más grave, todavía hay familias que marcan las diferencias de sexo en la educación de los hijos, reduciendo la vida de las niñas al trabajo doméstico, sin más perspectivas de futuro que el matrimonio.
Pero hoy, en un tiempo en que la violencia ha golpeado a la mujer, un tiempo en el que aumentan los secuestros y los feminicidios, tiempo en que la mujer es atacada por cuestiones de género, es necesario reclamar, exigir el respeto al derecho a la vida de todas las mujeres; es tiempo de gritar: ¡ni una más!
Por todo esto, no me atrevo a decir ¡felicidades! a las mujeres este 8 de marzo, sino ¡mi solidaridad en la lucha personal, familiar y social, por recuperar todos sus derechos como seres humanos!