**Hoy cedo mi espacio a un joven escritor: Francisco Dávila**
Nicolás Dávila Peralta
Siempre he sido una persona apasionada, auténtica, leal y constante a lo que llena a mi corazón de felicidad, me emociona conocer personas apasionadas y que son capaces de acercarte a lo que ellos sienten a través de las palabras, las comprendo porque eso le da sentido a sus vidas.
Nunca fui de muchos amigos, ni esencial en un circulo social, pero no le daba importancia hasta que un día a mis 23 años una situación personal cambió las circunstancias de mi vida y ninguna de esas pasiones que parecían ser tan fuertes pudieron revertir el caos causado en mi cabeza; sentí que las cualidades que poseía sólo tenían sentido si eran reconocidas, me llené de preguntas, de ansiedad y un nivel de estrés impresionante; estaba rodeado de personas que me aconsejaban pero esto fue más allá, se convirtió en algo difícil de hablar y tuve que afrontarlo solo, y aunque pareciera leerse como una situación sencilla y recurrente, con el tiempo se volvió una terrible desesperación que yo mismo subestimé.
Perdí la pasión que tenía por la microbiología en donde solía proyectarme en el futuro, se sumaron problemas de salud al sufrir una luxación mandibular por un grito de desesperación, y cuando la vida parecía estar mejorando, se terminó sumando una relación romántica que terminó haciéndome sentir feo, utilizado y con poco valor, estaba tan deshumanizado que creía todo lo que decían de mí personas que ni si quiera me conocían, y en un parpadeo habían pasado 20 meses, como una enfermedad crónica y lo que alguna vez parecía ser mi esencia se terminó esfumando hasta sentir que era un cadáver viviente, mi mente me decía que no servía de nada todo lo que había hecho y que solo le quitaba oxígeno a alguien más; pagaba terapias, salía a correr y tomar aire, leía de espiritualidad, veía mis fotos de niño, hasta que se sumó otro evento que me noqueó, quedé en shock, me sentía miserable, el ego era tan pesado en mí que desesperaba incluso a las personas que amo, pensé que el suicidio era lo mejor, y aunque estaba presente el miedo de sobrevivir al intento y terminar viviendo aún más miserable con un déficit, era aún más grande el miedo de seguir tolerando lo que sucedía en mi cabeza.
Me entregué a la esperanza, tenía confianza en que si imaginaba que el mañana sería mejor valdría la pena soportar hoy, y escribí, escribí por 3 meses mi desahogo, y lo peor de todo fue que, al terminar no me sentía liberado, se lo envié a alguien muy importante y la razón del último caos, y me terminó haciendo sentir como una basura, el impacto fue tan grande que el miedo a que el suicidio fuera la única opción me invadió; tenía esperanza al principio del día porque la esperanza es felicidad y nadie le dice que no a la felicidad; sin embargo, necesitaba algo más robusto que la felicidad para estar en paz.
No me tenía paciencia; una persona que aprecio mucho estuvo 20 minutos al teléfono escuchándome llorar de la desesperación, llamé a tantas personas sólo para poder sentirme acompañado; le pedí a una persona que abandonó nuestra amistad verla en persona y me negó su ayuda extinguiendo toda emoción en mí; la realidad que solo percibía era totalmente insatisfactoria, pero ya no me daba miedo la derrota, porque nunca fui un cobarde y no abandoné el campo de batalla sin haber luchado, iba viajando por la vida en una carrera prendida en fuego hasta que pedí bajarme, llegué a casa, estaba todo preparado y pensando en escuchar por última vez a un familiar, le llamé a ese hermano mío que parecía haber colgado la toalla antes, lo vi por videollamada, y cuando vi su rostro, todas las emociones me regresaron, la indiferencia en mi corazón se rompió en tan solo una mirada a través de la pantalla, verlo en los pasillos de un edificio donde se encontraba trabajando, aislado solo por escucharme, mostrando esa paciencia me hizo retroceder en el tiempo.
Poco a poco, sentí que algo de mí era apreciado, sentí que mi esencia vivía en las personas aún, y después de eso, llamé a aquella persona que detonó esa primera incertidumbre 20 meses atrás, pero esta vez, no cometí el mismo error de perder mi dignidad hablando con alguien que hizo un concepto de mí a través de terceros, pero tampoco con la esperanza de recuperar algo, no había escuchado esa voz aguda desde hace mucho tiempo, una persona que me conoció durante 6 años de su vida, absorbió mucho de mi y quizá lo único que necesitaba era escuchar de las personas correctas que no me condenara por lo que soy, hablé con mamá y papá, de temas incomodos, y sentí que la vida estaba hecha para salir de la zona de confort, mi hermano llamó una vez más, hasta quedarnos dormidos juntos al teléfono, el leyéndome párrafos de Facundo Cabral sintiendo el cariño y el amor de alguien que se esmeraba en comprender lo que pasaba y sentir ese amor que nunca en la vida había sentido, él no era el mismo hermano que al inicio de mi proceso, a la par, mis seres queridos tuvieron sus duelos por mí.
A la mañana siguiente, me llamó, escuchamos música juntos, sonó aquella canción con un verso que decía “Va a doler, ya sé” con una despreocupación, y sentí la risa genuina de no tomarme nada malo de lo que me sucedió en serio, los dos somos personas muy reservadas y no recuerdo alguna vez en todo el cuarto de siglo que tengo de vida haber llorado de felicidad por estar vivo con un hermano, muchas veces lloras por la pérdida de alguien y él parecía sentirlo pero conmigo vivo detrás del teléfono.
No era una ilusión, estaba vivo, y más vivo que nunca, escuchando juntos Morning Show de Iggy Pop, y como dice la canción, salí de casa poniéndome una sonrisa en el rostro para el show matutino porque la pelea seguía, pero esta vez, yo era el rey del ring, mi ego ya no estaba obsesionado con el daño que me hicieron, y eso es perdonar, jamás vamos a adorar lo que nos causa desgracia, ni a nuestros enemigos, pero sí podemos dejar de pensar en ellos y echar un vistazo al cielo nocturno que, aunque esté repleto de nubes, la luna brilla detrás de ellas, y análogamente yo seguía vivo detrás de todo el ego; me encontré lleno del polvo acumulado durante 20 meses, me sacudí y me metí a seguir peleando la buena pelea”.