Luchador incansable en el ejercicio de la libertad de expresión durante los días más aciagos del porfiriato, Filomeno Mata habría dado su nombre a la callejuela que desemboca en la plazoleta donde se ubica el Palacio de Minería, la escultura ecuestre de Carlos IV esculpida por Tolsá y a la que los mexicanos desde tiempos inmemoriales hemos denominado con el familiar apelativo de “el caballito” y la antigua sede del Senado de la República; en esa pequeña arteria del centro de la capital del país se ubica, de manera por demás significativa el “Club de Periodistas” en cuya sede, el pasado 5 de abril se habría llevado a cabo la presentación del libro de don Humberto Hernández Haddad, “El Eslabón Perdido”.
Un cuarto de siglo de distancia de los aciagos sucesos materia del libro en cuestión, los mismos siguen rondando en la conciencia pública de la nación a la manera del fantasma del Rey de Dinamarca asesinado, que entre brumas se aparece a Hamlet, su hijo para trasmitirle un mensaje desde ultratumba ante el riesgo de que la podredumbre borre de la escena de las naciones al reino que, en vida, estuviese bajo su férreo y prudente mando.
El ejercicio del derecho a conocer, invocando tanto las instancias administrativas como ante los tribunales los ordenamientos en vigor referentes al acceso a la información pública gubernamental tanto en México como en los Estados Unidos, le han permitido a don Humberto Hernández Haddad documentar de manera fehaciente una historia de la que él habría sido un testigo clave y por demás incómodo a la estructura de poder binacional que ha ocultado hasta nuestros días el paradero del ex legislador Manuel Muñoz Rocha, eslabón perdido para la cabal reconstrucción de la conspiración que en el año de 1994 segara la vida del aspirante del PRI a la presidencia de la República Luis Donaldo Colosio Murrieta en marzo, en la ciudad de Tijuana, y, en septiembre de ese mismo año en la calle Lafragua de la Ciudad de México, del secretario general de ese partido y virtual líder de la bancada mayoritaria de la cámara de los diputados.
En el evento en cuestión al que concurrieron abogados, periodistas, políticos y diplomáticos, el autor advertiría que, en el breve lapso de semanas e incluso quizá de días, la diplomacia y el aparato de seguridad del estado tendría que afrontar dos riesgos: uno, la proliferación de situaciones de conflicto de armas en diversas zonas del planeta y sus repercusiones sobre México, y dos, la escalada de medidas proteccionistas en las relaciones comerciales; sin que dejase de resultar por demás significativa la concurrencia al evento en cuestión en la calle de Filomeno Mata en la Ciudad de México, tanto de un experto de nuestra diplomacia en el Oriente Medio como de otro experto en el área del Caribe como lo son al efecto los embajadores Luis García Erdmann como Ricardo Pacoe Pierce, precisamente a unos cuantos días de haberse desatado la diatriba sobre Venezuela en la reunión de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos y a unas cuantas horas de haber tenido verificativo la decisión de la Casa Blanca de bombardear Siria.
En lo personal tuve el enorme agrado de charlar ampliamente con periodistas a los que admiro ampliamente como Federico Campbell Peña cuyas coberturas sobre sucesos de la realidad internacional sigo noche a noche en el noticiero del canal 11, como con Delhia, nuestra “Divagante” compañera del portal SDPNOTICIAS, y ni que decir de José Reveles, verdadera autoridad en lo que respecta al sórdido y sorprendente mundo de la crónica y el periodismo de investigación policial en México; de quienes escuche “graves materias” como dijera el poeta Amado Nervo en su reseña del místico Kempis.
Gravedad cuya mayor expresión por lo demás, correría por supuesto a cargo del autor del “Eslabón Perdido”, quién, en la reunión de referencia advertiría a la concurrencia sobre el ineludible compromiso de nuestra sociedad a ejercer el sagrado derecho a saber, dado que, claudicar del mismo daría a lo que ha sido nuestro país el mismo destino que en la tragedia shakespeariana de Halmlet termina padeciendo el reino de Dinamarca.
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