Enrique Romero Jiménez
El legado de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la historia de México, sin duda, trasciende más allá de su mandato de seis años. Su presidencia representa un hito en la lucha histórica por la justicia social y la reivindicación de los más desfavorecidos.
Desde el inicio de su gobierno, AMLO dejó en claro que su administración se centraría en el bienestar del pueblo, particularmente en aquellos que durante décadas habían sido marginados por un sistema neoliberal que solo benefició a una élite política y económica, tanto nacional como extranjera.
AMLO, al abanderar la Cuarta Transformación (4T), retomó las demandas históricas de los movimientos revolucionarios y populares, como el reparto justo de la riqueza, el acceso equitativo a los recursos y la dignificación de los sectores que fueron olvidados por gobiernos anteriores.
Los pilares fundamentales de su legado se encuentran en la implementación de políticas de redistribución económica, programas sociales como «Jóvenes Construyendo el Futuro» y «Sembrando Vida», y la creación de un sistema de salud más accesible para las clases trabajadoras.
A lo largo de su mandato, AMLO no solo enfrentó los desafíos internos de un país sumido en la corrupción y la desigualdad, sino también los embates del poder económico global, que veía en sus políticas un freno a la privatización desmedida y la explotación de los recursos naturales de México.
Su resistencia firme ante las presiones externas mostró a un mandatario comprometido con la soberanía nacional y los intereses del pueblo.
La renacionalización de recursos estratégicos, como el petróleo y la electricidad, fue una de las medidas más emblemáticas de su administración, recordándonos que el control de los bienes del país debe estar en manos del Estado y del pueblo, no de corporaciones extranjeras.
Además, AMLO logró cambiar la narrativa política del país. Los valores de austeridad, honestidad y servicio al pueblo que predicaba, aunque fueron ridiculizados por sus adversarios, calaron profundamente en las bases populares.
Se estableció una nueva forma de hacer política, una en la que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para mejorar las condiciones de vida de la mayoría.
La relación directa y constante que mantuvo con el pueblo a través de sus conferencias matutinas, las llamadas «mañaneras», consolidó un estilo de gobernar que no dependía de intermediarios ni de las élites mediáticas, sino que respondía directamente a los intereses del pueblo.
El hecho de que su sucesora sea Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer en presidir la nación, no es casual.
AMLO ha roto paradigmas, no solo en lo político, sino también en lo social, abriendo espacios para que las mujeres jueguen un papel central en la construcción del México que él tanto soñó: un México inclusivo, justo y soberano.
Sheinbaum, una científica comprometida con los valores de la 4T, continuará con ese legado, profundizando las transformaciones que AMLO inició y asegurando que el país no retroceda ante las fuerzas conservadoras que desean volver al pasado.
El legado de AMLO es, en esencia, la restauración de la esperanza. Ha demostrado que, cuando el poder está en manos del pueblo y al servicio del bien común, las posibilidades de un México más justo y digno son reales.
Nos ha dejado no solo un país con mayor igualdad y oportunidades, sino también un ejemplo de lo que significa gobernar con principios, convicción y un profundo amor por la patria.
La Cuarta Transformación es un movimiento en marcha, y con Claudia Sheinbaum al frente, ese movimiento seguirá su curso, consolidando las bases para un México libre de las cadenas del neoliberalismo, y reafirmando la dignidad y el poder del pueblo.