Columna de Opinión
En la comunidad de Santa María Xuchapa, perteneciente al municipio de Izúcar de Matamoros, nació en el año 1879 un hombre cuyo valor y liderazgo marcaron el destino de muchas generaciones: el general Agustín Cortés Huitzila.
Este nombre debe resonar con fuerza en la historia de la Mixteca poblana, no solo por sus hazañas, sino también por su cercanía y lealtad al ideal revolucionario de Emiliano Zapata, con quien compartió amistad y una causa común: la justicia para el pueblo y la libertad de la tierra.
El general Cortés Huitzila, quien murió en combate contra tropas carrancistas en 1915, dejó una huella imborrable en la lucha revolucionaria, enfrentando con determinación a los poderosos que buscaban perpetuar la desigualdad.
Su unión con Zapata no solo fortaleció la lucha por los derechos de los campesinos, sino que también logró conquistar lo que hoy disfrutamos: tierras libres y oportunidades para los ejidatarios.
Gracias a su valentía, las comunidades de la Mixteca y más allá encontraron esperanza en un sistema donde la tierra ya no era monopolio de unos cuantos, sino una oportunidad de vida digna para todos.
Aunque han pasado 109 años desde que comenzó a recordarse su legado, no debemos ver estas conquistas como algo garantizado. La historia que Agustín Cortés Huitzila escribió con su vida y su lucha, debe ser un recordatorio constante de que los derechos conquistados son frágiles si no los defendemos.
Su legado va más allá de las batallas; simboliza la capacidad de un hombre del pueblo para transformar la historia. Desde su natal Santa María Xuchapa, representó los valores de resistencia y trabajo colectivo, que hoy nos inspiran a cuidar lo que hemos heredado.
Hoy, recordarlo no solo significa honrar su nombre, sino también mirar hacia el futuro, con el compromiso de mantener viva la lucha por la justicia social, porque el ejemplo de Cortés Huitzila nos recuerda que “la libertad no se hereda, se defiende con cada generación”.