Columna de Opinión
El régimen talibán en Afganistán ha marcado un brutal retroceso en los derechos de las mujeres, cuyas vidas han sido sometidas a reglas inflexibles que las despojan de cualquier autonomía. Lo que en muchos países son libertades básicas: vestir como elijan, estudiar, trabajar o simplemente salir a la calle, se ha convertido en una lista de prohibiciones, erosionando la dignidad humana. Las mujeres afganas no solo han perdido su libertad de movimiento y expresión, sino también su propia imagen y voz, confinadas bajo el uso obligatorio del burka, que no solo cubre su cuerpo, sino también su identidad.
Esta opresión sistemática, donde se les niega la educación, el acceso a la cultura y la capacidad de participar en la vida pública, es una tragedia global. ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, existan rincones del mundo donde ser mujer es equivalente a una condena social? Esta exclusión no solo afecta el desarrollo personal de cada mujer, sino también el de toda la sociedad. Sin su participación activa, Afganistán se enfrenta a un futuro de estancamiento, un país privado de las ideas, el talento y las voces femeninas que son esenciales para el progreso.
Aunque parece un problema lejano, esta situación nos obliga a reflexionar sobre las realidades de las mujeres en México. Si bien no vivimos bajo un régimen tan extremo, las mexicanas también enfrentan una estructura social que constantemente limita sus libertades y pone su vida en peligro.
Desde las restricciones sutiles en el hogar o el trabajo, hasta la violencia explícita en las calles, las mujeres en nuestro país sufren por un sistema que no garantiza su seguridad ni sus derechos. Solo en 2023, el número de feminicidios fueron 848 y la violencia que generó evidenciaron que aquí, como en Afganistán, ser mujer puede ser una sentencia de peligro y discriminación.
La lucha por la igualdad no es solo un asunto de Oriente Medio; es un problema que también golpea nuestras puertas. Mientras en Afganistán el velo es una imposición visible, en México las cadenas son invisibles, pero igual de opresivas. Restricciones en la educación sexual, estigmatización por decidir sobre sus propios cuerpos y la constante violencia sexual y doméstica, son recordatorios de que la libertad de las mujeres sigue siendo limitada.
Lo que ocurre en Afganistán es un recordatorio doloroso de lo frágiles que son los derechos de las mujeres, y nos debe llevar a preguntarnos: ¿Hasta cuándo permitiremos que en México las mujeres vivan bajo la opresión sistematica? La verdadera libertad para las mujeres debe ser universal. Aquí, allá y en todas partes.