En un ejercicio retrospectivo, he descubierto que, en los cuatro primeros meses de este año, ha habido un suicidio cada quince días en promedio en la región del Valle de Atlixco e Izúcar; la mayoría de los casos han sido de hombres y al menos dos de adolescentes. Un balazo, el envenenamiento o una soga al cuello son los recursos utilizados por las víctimas.
El asunto no es menor, demuestra que en los últimos años han aumentado y agravado los casos de personas en condiciones depresivas; los suicidios y los intentos fallidos de quitarse la vida son únicamente los casos extremos de situaciones que llevan a la depresión; pero hay muchos más que toman otras vías de falsas soluciones a esta problemática cuyas causas son variadas, desde la desilusión amorosa, las enfermedades, los conflictos familiares, el desempleo, la pérdida de un ser querido, las presiones laborales, las agresiones escolares, entre otras. No solo es el suicido; el alcoholismo y la drogadicción son también soluciones falsas a esta problemática.
La persona en estado de depresión carga sobre sus hombros la pérdida de sentido de la vida, la devaluación de sí mismo, se piensa inferior a todos los que le rodean; la percepción de soledad, abandono y aislamiento; se encuentra como en un desierto donde no es posible saber dónde está el norte; consideran que su situación no tiene solución alguna.
Los síntomas varían según el grado de depresión, pero en general, dicen los expertos, la devaluación de sí mismo lo lleva al aislamiento social: no quiere ver ni hablar con nadie, sus respuestas son: bien, sí, no, mal; tiene variaciones de carácter sin razón alguna.
En algunos de los casos reportados en la región -desde Atlixco, los municipios al sur, Izúcar y otros lugares cercanos- los familiares manifestarón que nunca se dieron cuenta de las razones que llevaron a su familiar al suicidio; en otras ocasiones, por el contrario, confirmaron que lo vieron deprimido. Sin embargo, queda sin respuesta la pregunta: ¿cómo podíamos ayudarlo?
Lo primero que hay que tomar en cuenta es que la depresión no es un berrinche; es una enfermedad real, la persona deprimida está enferma y como tal hay que atenderla.
Los especialistas recomiendan, entre otras cosas, demostrarles que no están solos, hacerles caso, brindarles más atención y cero reproches; escucharlos mucho más importante que decirles algo, porque, aunque no lo diga, necesita que alguien únicamente lo escuche.
Es necesario evitar consejos como: estás exagerando; tiene toda una vida por delante; no te desanimes, otros están peor que tú. Todo esto no lo ayuda, por el contrario, aumenta la devaluación de sí mismo. Tampoco ayudan los reproches sobre el sufrimiento que causa a otros; de ello él es consciente y esa es uno de los factores que aumentan su depresión.
Es lógico que la familia o los amigos no tienen todos los recursos necesarios para ayudar al enfermo a superar su depresión, pero pueden contribuir a que la persona reconozca que necesita ayuda para salir de su situación y no optar por recursos de escape: el alcohol, la droga o, en caso extremo, el suicidio.
Como toda enfermedad, ésta requiere de la atención de un profesional, en este caso, de un psicólogo o una persona capacitada para ayudar profesionalmente a superar la depresión.
Haber registrado en cuatro meses un suicidio cada quince días en la región, es una llamada de atención, algo está sucediendo que lleva a muchos, sobre todo adolescentes y jóvenes a padecer depresión y a optar por quitarse la vida o al consumo de estupefacientes.