Columna de Opinión / Nicolas Dávila Peralta
Del productor mexicano Guillermo del Toro, la película animada “Pinocho” es una versión singular del mundialmente conocido cuento escrito en el siglo XIX por el italiano Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini, que firmaba sus obras como Carlo Collodi, que cuenta la historia de un muñeco de madera que sueña con ser un niño de verdad.
La versión cinematográfica de Guillermo del Toro, sin embargo, resulta una interpretanción singular en muchos sentidos.
Primero, por ser una película animada realizada con figuras reales de madera, elaboradas por decenas de artistas plásticos, entre ellos un poblano, así como los escenarios, en cuyo diseño y construcción trabajaron también artistas mexicanos.
Fueron 15 años de trabajo de artesanos que elaboraron una a una las figuras que aparecen en pantalla y de producción para que al fin se estrenara esta película, que en sus primeros meses ha logrado premios internacionales y está nominada ya para competir por un Oscar a la mejor película animada, la máxima presea concedida a una producción cinematográfica.
Pero no solo es la tarea de decenas de artistas que elaboraron las figuras lo que la hace especial, sino su argumento y su lenguaje audiovisual, a través de los cuales el director y los autores del guión nos presentan un Pinocho de cuerpo frágil, pero de un espíritu grande; un muñeco de madera que se rebela ante un mundo de desprecia y margina a los diferentes, pero se postra sumiso ante los poderosos.
Pinocho cobra vida para cubrir el hueco que en Geppetto ha dejado la muerte de su hijo Carlo; él quiere ser ahora el hijo, él ama a su creador. Sin embargo, la gente del pueblo lo considera algo surgido de una acción de magia, algo diabólico.
Pinocho entra a la iglesia en donde Geppetto está reparando un Cristo de madera dañado por la misma bomba que mató a su hijo Carlo en la Primera Guerra Mundial; la gente lo repudia y después, el muñeco de madera señala al Cristo y pregunta por qué a la imagen la quieren y a él lo desprecian, si los dos son de madera.
Como en el cuento de Carlo Collodi, Pinocho se va de casa, pero no por desprecio a la escuela sino para salvar de la ruina a su papá Geppetto; se va con la intención de ganar dinero en un teatro ambulante de marionetas en donde es la estrella, porque es la marioneta que habla y no necesita de ser manejada con hilos.
En el transcurso de su trabajo como marioneta se da cuenta de que el dueño de la carpa no envía dinero a Geppetto y, por el contrario, prepara una función de lujo para el dictador fascista Benito Mussolini. Entonces se rebela en contra de ambos y les muestra su desprecio.
Como en la versión original, el viejo carpintero se va a buscarlo y termina, junto con el grillo, en la panza de un enorme animal marino en la cual termina igualmente Pinocho.
Sin embargo, al final, es Pinocho el que renuncia a su inmortalidad de muñeco y acepta ser un niño de verdad -como tal, mortal- para salvarle la vida a su papá, en cuya tarea encuentra la muerte. Es hasta entonces que vuelve el hada buena para resucitarlo y confirmar que es un niño.
Sin embargo, el Pinocho de Guillermo del Toro no cambia físicamente, es al final un muñeco de madera, pero con las condiciones de un niño mortal que ve envejecer a Geppetto y al grillo, a los que cuida antes de lanzarse a conocer el mundo.
Tras un excelente trabajo artesanal en cuanto a la figuras, y una cuidadosa producción en cuanto a la fotografía, el vestuario, la iluminación, la música, los sonidos del doblaje, Guillermo del Toro destaca varios aspectos que cuestionan la realidad que vive actualmente el mundo y ante las cuales reacciona el muñeco de madera.
El Pinocho de la película reacciona en contra de la discriminación, la explotación laboral y la tiranía; reclama su lugar en una sociedad que lo desprecia por ser diferente; inocente, como cualquier niño, confía en el dueño de la carpa de títeres, pero se rebela cuando descubre que lo está explotando; igual sucede con Benito Musolini a quien el muñeco de madera le prepara un espectáculo de marionetas que lo ridiculiza.
En contraparte, la película destaca los valores de la libertad, la justicia, el amor y la generosidad. Este Pinocho está muy lejos de ser el niño flojo y desobediente; eso sí, es mentiroso y le crece la nariz; sin embargo, asume lo malo de la mentira y cuando la usa, como el caso del rescate de Geppetto y el grillo, es para salvar la vida de ambos.
A diferencia de otras películas sobre “Pinocho”, la de Guillermo del Toro no es solo un cuento de niños, es una toma de postura frente a la sociedad actual: un reconocimiento a sus valores, pero también una crítica a los antivalores que dominan a las sociedades humanas.
Es una película que nadie debe perderse.