Dr. Melitón Lozano Pérez
Estamos a días de cerrar el ciclo escolar 2021-2022. Para los educadores cerrar el ciclo no significa solamente llegar al día veintiocho de julio y dejar de ir a la escuela; implica también acompañar a los aprendientes a construir nuevos rumbos, preparar la partida, y también a celebrar el momento en el que estos continúan su caminar en la senda del aprendizaje.
Celebrar y reconocer el esfuerzo de los aprendientes, maestras y maestros, madres y padres de familia, es justo y necesario. Ya que sin el esfuerzo compartido y la solidaridad mostrada hubiera sido imposible llevar a buen puerto el ciclo escolar. Para todos ustedes, mi sincero reconocimiento.
Asimismo, el fin de ciclo para los educadores también representa un tiempo para abrir espacio a la reflexión. Un tiempo para revisar el camino recorrido a favor de la transformación en dos sentidos; por una parte, la transformación de nuestra práctica y por otra la transformación de la intención educativa, sin duda ambas relacionadas, pero con niveles de implicaciones distintas.
Al respecto, la práctica docente de cara al cierre del ciclo escolar nos obliga a preguntarnos:
¿Hasta qué punto mi práctica como docente se transformó? ¿Qué de lo que aprendieron los aprendientes, les permite desarrollarse integralmente?
¿Los aprendientes menos favorecidos, excluidos o menos aventajados fueron acompañados a superar dicha condición?
Atendiendo a la primera pregunta y sabedores todos que, es en la práctica en donde todo proyecto educativo, toda idea y toda intención se hace
operativa de una u otra forma, ¿Cuáles son los elementos de transformación posibles de valorar? La nueva escuela mexicana ha planteado retos que parecen vigentes aún desde la mirada de la crisis generada por el SARS Cov-2.
Por ejemplo, la solidaridad, el pensamiento crítico o el respeto a la dignidad de la persona, la forma en que estos y muchos otros criterios y finalidades de la nueva escuela mexicana se concretan en la práctica requiere de nuestra parte en lo individual pensar en la congruencia de nuestro actuar. Nuestras acciones sirven para que el aprendiente sea mejor persona.
La segunda pregunta puede abordarse para su respuesta desde la idea de cómo la concepción docente influye en el desarrollo del ser. A manera de respuesta es posible afirmar que ser educador, hoy en día implica asumir a la enseñanza como una forma de acompañar al aprendiente a ser más curioso, pero también emocionalmente más solvente, acompañarlo en saber sobre la realidad pero también disfrutar de ella, por ejemplo, admirando un atardecer; ser docente es mucho más que enseñar las leyes de Mendel o la ley de Ohm, es diseñar ambientes que le permitan al otro construir sus propias reglas para regularse, o
brindar oportunidades a los aprendientes para encontrase a ellos mismos.
Ser educador es acompañar al otro en el momento de redactar una poesía o una canción, pero también enseñarlo a disfrutarla. Ser docente ha implicado para nosotros mismos pasar de enseñar temas de ciencias naturales a relacionarnos con la madre tierra, conscientes del daño que estamos ocasionando y realizando acciones que permitan recuperarla, de no hacerlo nosotros, los que podemos ayudar al otro a educarse, la realidad no se transformará.
De este modo, es posible comenzar a pensar en las implicaciones que tiene transformarnos para poder transformar, es decir, la posibilidad de una sociedad más justa en lo social, en lo económico y en su sentido ético, comienza con la consciencia del educador de ser el agente más poderoso en ayudar al otro (aprendiente) a SER más persona, lo cual por cierto, no se logra reprobando o aprobando a los aprendientes; sino por el contrario, siendo conscientes de que los aprendientes que más ayuda requieren son aquellos que están en riesgo de abandonar y que reprobándolos tendrían menos posibilidad de transformar su realidad y por tanto, requieren más de nuestro apoyo. Con ello podemos comenzar a pensar en la tercera respuesta.
Necesariamente apunta a la ética del cuidado, entender al otro como legítimo otro, único e irrepetible que vive en contextos diferentes y que se ha enfrentado a condiciones limitantes que requieren la solidaridad humana para salir adelante.
Esta solidaridad se materializa desde la educación en la calidad de la relación; si estamos de acuerdo que educar es un proceso que ocurre en el encuentro con el otro, la posibilidad de ayudar al aprendiente a ser Ser docente en estos tiempos ha implicado transitar de enseñar los valores, a dialogar con valor sobre el duelo, el sufrimiento o el dolor; abrir espacios para dialogar la emoción que experimentan.
Ser docente ha implicado pasar de hablar de temas a hablar de experiencias vitales y a partir de ellas construir conocimiento. mejor persona, la consciencia de que el aprendiente es digno de respeto y estima por el solo hecho de ser persona y que si lo dejamos al lado del camino estamos contribuyendo a cancelar su presente y futuro; es un germen que debe ser construido por el docente.
La experiencia docente conjuga sabiduría en la práctica ecuánime (reflexiva), que tiene dos grandes vertientes una es la que viene de ir siendo humano y la segunda supone el conocimiento y la práctica que condensa nuestros saberes, nuestras experiencias, nuestros recursos, las concepciones, las intenciones, los resultados.
Los educadores somos dueños de una vida que podemos y debemos recorrer en cuerpo, mente, corazón y emociones integrada e
íntegramente y tener presente lo vivido, la experiencia. ¡Gracias a todos aquellos que educan y hacen posible que la humanidad
siga siendo con toda su grandeza!
Nuevo ciclo-nuevos retos, sin duda existirán, pero por ahora, tenemos tiempo para reflexionar, revisar cuidadosamente los detalles, los errores
cometidos, los aciertos conseguidos, los pendientes que quedaron aplazados y las teorías que iremos construyendo desde la práctica, que la satisfacción que tangamos en el futuro sea fruto de ese echar la vista atrás y sentirnos satisfechos con el ciclo concluido.
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.