Por: Juanita Marmolejo
Hace un par de días, mientras recorría la Mixteca poblana y sus municipios, conociendo de primera mano la realidad que vive nuestra histórica e importante región, me vino a la mente que nuestra demarcación es un territorio en el que aún cabalga Zapata y sus anhelos de justicia social: desde Izúcar de Matamoros hasta Huehuetlán el Chico.
Digo Zapata y no otro, porque se trató de un personaje humilde pero valiente que, en su momento, enfrentó con toda la fuerza de su espíritu a los poderosos de su época: al poder local, en su natal Anenecuilco, Morelos, y al poder nacional, desde Díaz hasta Carranza. Un hombre con los pies puestos en la tierra y los sueños, muy por alto, con el ideal de justicia agraria grabado en el corazón.
Hoy, las y los mexicanos gozamos -como hace varias décadas no se presenciaba- de un presidente que bien representa las características de justicia y amor al pueblo, las cuales son las mismas que caracterizaron a Zapata; un personaje que, al igual que el “Atila del Sur”, se enfrenta vigorosamente al poder.
Sin embargo, también es importante mencionar que el proceso de transformación que impulsa, como ha sucedido en todas grandes transformaciones sociales que ha habido a lo largo de nuestra historia, generan resistencia. En ocasiones, tal pareciera que se trata de ir remando contra corriente.
Por eso resulta importante hacer visible que, ante la primacía del mercado sobre el poder político, el denominado neoliberalismo que vivimos actualmente se ha caracterizado porque el poder de facto se ejerce desde la esfera del poder económico.
Y es que, aun cuando nuestro presidente goza del cariño del pueblo, su partido posee mayoría en las cámaras, tiene amplia presencia en los gobiernos estatales y locales; el poder se sigue ejerciendo desde las élites económicas, a través de la enorme riqueza que se distribuyó entre empresarios, rentistas del gobierno en turno, dueños de los medios de comunicación, políticos, ex gobernadores corruptos, grupos criminales, etcétera.
Lo anterior es lo que Andrés Manuel López Obrador denominó “la mafia del poder”; una organización de selectas mexicanas y mexicanos que no son más del 1% de la población, pero que son capaces de acumular más del 80% de la riqueza nacional. Un grupo que, de forma bien articulada, embiste todos los días en contra de nuestro presidente, quien modestamente se defiende haciendo uso de su legítimo derecho de réplica frente a la ola de descalificaciones, diatribas, vituperios e insultos.
En este contexto, llama la atención el papel de Carlos Loret de Mola, el tristemente afamado “Lord Montajes”, quien se ha caracterizado como un periodista al servicio del poder. Por ejemplo, cuando convino a los intereses de García Luna (hoy enjuiciado en Estados Unidos por presuntas actividades relacionadas con narcotráfico) realizó reportajes ficticios magnificando las detenciones de capos, aunque tiempo después, la periodista Anabel Hernández nos mostró que eran detenciones previamente pactadas entre éstos y el gobierno.
Este personaje ha hecho gala de su desprecio por nuestro presidente desde aquellos tiempos en los que estaba al servicio de la televisora que más daño ha hecho a este país: primero con sus telenovelas que nos estigmatizan a las mujeres perpetuando estereotipos y al ser promotores de la ignorancia, a través de contenidos de poco valor educativo y cultural para la sociedad; luego, como impulsores del presidente más corrupto de la historia moderna, mediante un matrimonio convenido con una de sus actrices estelares.
Desde que nuestro presidente asumió su cargo, inició una nueva ofensiva en su contra a través el portal Latinus, el cual, presuntamente es financiado por un político que encarniza lo peor de la corrupción en el país: Roberto Madrazo; así como un grupo de empresarios afectados en sus intereses por este gobierno.
Esto debe ser de interés para quienes somos profesionistas, para quienes realizamos tareas del hogar, para quienes cuidamos de una persona adulta mayor, para quienes tenemos en casa a una persona con discapacidad; para quienes tenemos una persona enferma, para quienes salimos al campo a trabajar, o a una fábrica, o a una maquila, etcétera.
¿Por qué? Porque el asunto de fondo es que nuestro presidente es atacado por buscar distribuir -como debe ser la vocación de todo Estado democrático- la riqueza que produce esta nación, a través de sus políticas sociales, elevando el salario mínimo, cobrando los debidos impuestos a quienes no pagaban o se les condonaban, dejando de financiar a estos grupos y, sobre todo, eliminando la corrupción de la cual se alimentaban.
Cuando el presidente pone en la mesa de discusión el salario de este periodista -que a todas luces es exorbitante e inexplicable- es porque el presidente está llevando la discusión a un terreno más profundo; uno donde no van a poder ganarle: el de la integridad.
Andrés Manuel López Obrador lleva más de 2 décadas luchando a favor de las mejores causas del pueblo financiado por sus simpatizantes. Ha salido ileso de los intentos de los gobiernos neoliberales y sus áreas de inteligencia política y financiera, por tratar de demostrar que es corrupto.
¿Podrán Loret de Mola, Aristegui, Gil Olmos, Gómez Leyva, López Dóriga, Dresser, Silva Herzog, Zuckerman, Aguilar Camín, Brozo, y el largo etcétera de periodistas al servicio de los poderosos, demostrar el origen lícito de sus ingresos?
¿Cuántos empresarios afectados por el cobro de impuestos o por la reforma eléctrica gracias a la cual se les cobrará un servicio justo de luz, criminales, ex gobernadores, ex presidentes, poderes de facto y hasta gobiernos extranjeros saldrán a la luz por financiar el derrocamiento del gobierno más querido por el pueblo de los últimos tiempos?
Hago votos porque la verdad salga a la luz y que correspondamos nuestro cariño hacia nuestro presidente -como lo hemos hecho con Zapata- acudiendo copiosamente al llamado a la revocación de mandato.