El viernes pasado, el Papa Francisco acudió a la ciudad de Asís, en Italia, para participar en la Quinta Jornada Mundial de los Pobres, una iniciativa que busca ir más allá del asistencialismo, la limosna y la filantropía; una iniciativa que busca el camino de la solidaridad entre quienes viven en la pobreza para avanzar, para resistir impulsados por la esperanza.
La sede de este Quinto Encuentro es por demás significativo. Asís es el lugar de nacimiento y el lugar desde donde san Francisco proyectó un cambio en la Iglesia Católica a partir de la pobreza tal como la valoran los Evangelios.
En su discurso, el Papa que adoptó como suyo en nombre de este santo, destacó el valor de la pobreza como punto de partida de la solidaridad. El ejemplo del Pobre de Asís, expresó el Papa, es saber valorar lo que tenemos y compartirlo con los demás. No destacó los gestos filantrópicos de quienes comparten lo que les sobra y lo proclaman a los cuatro vientos y luego lo cargan al Estado a través de la condonación de impuestos, sino el desprendimiento de los pobres para compartir con otros lo poco que tienen.
Insistió en que el problema de los pobres es la marginalidad, el desprecio que se tiene hacia ellos, y llamó a los asistentes a la Jornada a “acoger, abrir la puerta de la casa y del corazón” a los pobres, porque “el rechazo encierra el egoísmo”.
En la parte medular de su discurso, Francisco fue muy claro al señalar que “a menudo, la presencia de los pobres se ve con fastidio y se soporta; a veces escuchamos que los pobres son responsables de la pobreza: ¡un insulto más! Para no realizar un examen de conciencia serio sobre los propios actos, sobre la injusticia de algunas leyes y medidas económicas, un examen de conciencia sobre la hipocresía de quienes quieren enriquecerse demasiado, eche la culpa sobre los hombros del más débil”.
Llamó a los pobres a “recuperar su palabra, porque sus peticiones no han sido atendidas durante demasiado tiempo”.
“Es tiempo -prosiguió- de que se abran los ojos para ver el estado de desigualdad en el que viven tantas familias. Es hora de arroparse las mangas para devolver dignidad creando empleo. Es hora de que vuelvas a escandalizarte ante la realidad de niños hambrientos, esclavizados por las aguas en el naufragio, víctimas inocentes de toda clase de violencia. Es hora de que cesen las violencias a las mujeres y éstas sean respetadas y no tratadas como mercancía de cambio. Es hora de que se rompa el círculo de la indiferencia para volver a descubrir la belleza del encuentro y del diálogo. Es hora de encontrarse. Es hora de la reunión. Si la humanidad, si los hombres y las mujeres no aprendemos a encontrarnos, vamos a un final muy triste”.
Para este movimiento, esta toma de conciencia de que es el pobre quien salva al pobre y a los demás, los llamó a tener “sentido de esperanza” frente a una vida que en la pobreza a menudo ha mostrado un rostro cruel y no ha permitido ver “con ojos llenos de gratitud las pequeñas cosas que te permitieron resistir”.
Y ese, para el Papa Francisco es el segundo aspecto que permite la solidaridad de los pobres: la resistencia.
El pontífice, sin embargo, puntualizó que la resistencia no es pasiva, no se trata de resignarse, sino de “tener fuerzas para seguir a pesar de todo, para ir contra corriente. Resistir no es una acción pasiva, al contrario, requiere coraje para emprender un nuevo camino sabiendo que dará frutos. Resistir significa encontrar razones para no rendirse ante las dificultades, sabiendo que no las vivimos solos sino juntos, y que solo juntos podemos superarlas”.
Como siempre, en líder del catolicismo marca una novedad en la relación de la humanidad frente a la pobreza y frente al pobre. Su discurso y sus acciones rompen con el acartonamiento de la asistencia social que consiste en dar limosnas desde una posición de distanciamiento de dar al pobre desde la situación de clase media, clase alta o empresarial.
Francisco llamó a los pobres a avanzar, a luchar contra la injusticia con las armas de la esperanza y la resistencia