Por: Alejandro García Azcué
El pasado jueves 26 de agosto, fue citado para una audiencia de carácter judicial el ciudadano Ricardo Anaya, quien fue candidato presidencial por el PAN. Sin embargo, en lugar de presentarse a dicha audiencia, prefirió usar una ruta política mediática para no presentarse y huir del país, alegando persecución política.
Ricardo Anaya culpa a AMLO de su destierro y de una forma grosera, altanera, socarrona y déspota, lo reta. Pero lo que en realidad es que Anaya sólo está tratando de cubrir los graves actos de corrupción que hizo en el pasado.
Las acusaciones que hace la Fiscalía General de la República (FGR), no son nuevas. Es solo el seguimiento de las denuncias que desde 2016, varios de sus compañeros panistas como los ex legisladores Ernesto Cordero y Javier Lozano lo han acusado de lavado de dinero.
Otra de las acusaciones viene del gobierno priísta. Se cree que Peña y Anaya habían pactado un compromiso, de que en caso de que llegara a ser presidente Anaya, no le haría juicio a Peña. Pero en campaña, Anaya rompió el pacto y amenazó con meter a la cárcel a Peña si llegaba a ser presidente. Dicen entre pasillos que eso nunca lo perdonaría Peña, por lo que parte de la información la ha filtrado a medios de comunicación.
Como diría Zapata: “se puede perdonar al que roba y al que mata, pero a un traidor, nunca”. Resulta que, en 2018, cuando Anaya fue candidato a la presidencia de México, ya existían acusaciones en su contra por la compra fraudulenta de una bodega, en donde supuestamente la compró en 10 millones de pesos y fue vendida en 54 millones de pesos. Pero resulta que quien la compró, era el chofer de su amigo y socio Juan Barreiro.
La pregunta obligada es: ¿con qué dinero la compró, si Anaya como legislador reportó en ese entonces un ingreso de 4.8 millones de pesos al año, y sus egresos no concuerdan con sus ingresos? Por ejemplo, su familia siempre ha vivido en Atlanta, en Estados Unidos, a donde viajaba semanalmente con un costo de 50 mil pesos el viaje redondo.
Pagaba de renta 70 mil pesos mensuales por una casa de lujo con vista a un lago. Pagaba por colegiatura de sus tres hijos, la cantidad de 80 mil pesos mensuales. A todo esto, hay que agregar los gastos de él en México.
Otra de las acusaciones que se le hacen a Anaya, es por un soborno que recibió a través de su jefe de escoltas, Norberto Gallardo, de seis millones ocho cientos mil pesos, esto por parte de Enrique Peña Nieto, a través de Emilio Lozoya, quien en ese tiempo era director de Pemex. El soborno era para que Anaya, como legislador, aprobara las controversiales reformas estructurales de Peña Nieto.
Parte de ese dinero fue dado de manera corrupta al gobierno de Peña Nieto por Odebrecht, una empresa petrolera brasileña, para que se le dieran contratos en Pemex, al margen de la ley, para poder entregar el patrimonio de nuestro petróleo a intereses y empresas extranjeras, con todas las consecuencias económicas y sociales que hemos sufrido.
Por otro lado, AMLO dice: “que Ricardo Anaya no me eche la culpa, ¡que no sea marrullero! Se le hace fácil decir, ‘me persiguen, me persiguen’. Yo no tengo nada qué ver, absolutamente, no tengo nada que ver, si es inocente que se defienda con pruebas”.
El mandatario reprochó que al queretano se le hizo fácil decir: “me está persiguiendo Andrés Manuel. Ahora sí que como diría su compañero camarada del bloque conservador (Vicente Fox): ‘¿y yo por qué?’.
Él, pensando que echándome la culpa, sintiéndose perseguido, la iba a librar. Muy mal, muy mal ese proceder”. También reiteró que “cuando se lucha por una causa se puede ir a la cárcel y, al contrario de sentirse mal, se fortalece un dirigente si se es inocente”.
Los analistas comentan que Anaya pudo haberse presentado amparado y así hacer frente a las acusaciones, pero creo que, al no ser inocente, prefirió fugarse como cualquier delincuente, perdiendo una gran oportunidad para resarcirse, y poder crear una plataforma sólida para la presidencia del 2024, como eran sus pretensiones.
Ahora el que prometió recorrer todo el país, optó por correr del país. Imaginémonos (Dios nos libre), que fuera Anaya presidente de México. En qué bronca estaríamos y cómo estaría resolviendo la gran problemática de nuestro país. Creo que hubiera sido un presidente “balín”.