Nicolás Dávila Peralta / Punto de Vista
La noticia de la semana en Izúcar de Matamoros fue, sin duda, el robo a la escuela primaria “Melchor Ocampo”, ubicada en el barrio de La Asunción. Fue un despojo total del plantel; no solo se llevaron material didáctico, sino que cargaron con muebles, las puertas de las aulas, cableado eléctrico e incluso desmontaron los retretes de baño para llevarse la tubería y parte del azulejo. Fue un trabajo de horas… pero nadie se dio cuenta, ningún vecino… las rondas y la policía, ausentes.
Este saqueo, el más notorio en el sur del estado, no es el único. Con la suspensión de las clases presenciales, muchos planteles, sobre todo de educación básica, han quedado abandonados. En algunos, importantes como el Centro Escolar Presidente Lázaro Cárdenas o la unidad regional de la BUAP, se mantiene vigilancia y personal de servicio los mantiene limpios; pero muchos, sobre todo en barrios y zonas rurales, se encuentran abandonados.
¿Qué pasará cuando se reanuden las clases en esos planteles descuidados o, en el peor de los casos desmantelados, como la primaria “Melchor Ocampo”? Es urgente que la Secretaría de Educación Pública voltee a ver esta situación y responda al reto que significa la rehabilitación de estas escuelas.
Pero la responsabilidad es también de las instancias de Seguridad Pública. Las escuelas sin vigilancia son un “arca abierta” para las bandas delincuenciales, y en Izúcar no solo abundan, sino que son protegidas muchas veces hasta por los mismos vecinos que, con esta actitud se libran de sufrir las agresiones de estos rufianes.
Lo sucedido en el barrio de La Asunción, uno de los más alejados del centro de la ciudad, muestra que las acciones realizadas por la Dirección de Seguridad Pública del municipio y de la Fiscalía General del Estado no son suficientes para proteger los planteles educativos, mucho menos para investigar, perseguir y desarticular a las bandas de delincuentes que hacen su agosto en la región.
Cierto, el asunto de la inseguridad no es exclusivo de Izúcar de Matamoros, ni siquiera de toda la región. Es un problema nacional generado, entre otros factores, por la pobreza, el desempleo, la falta de educación y de valores familiares, y en el caso del sur del estado, por la migración a los Estados Unidos de jóvenes que, en lugar de volverse personas productivas, asumen la cultura de las bandas del Bronx o de Los Ángeles y retornan a sus lugares de origen para delinquir.
Sin duda, el reto es grande; las autoridades se enfrentan con organizaciones criminales cuya intención es dominar sus zonas de influencia; pero ese es el reto al que se enfrentan actualmente las autoridades en los tres niveles de gobierno: municipal, estatal y federal, y están obligados a actuar y dar buenos resultados.
Ahora bien, no se puede cargar toda la responsabilidad sobre los hombros de las instituciones de Seguridad Pública. La delincuencia no nace por generación espontánea.
Entra en este problema la educación que los niños y jóvenes reciben, principalmente, de la familia. No hay que olvidar que los valores o vicios que se viven en una familia serán la norma de conducta de los hijos.
Por otro lado, la complicidad de familiares o vecinos, constituye un obstáculo para que las autoridades de seguridad cumplan con su deber: brindar paz y seguridad a los habitantes.
El otro analfabetismo
El diputado Hugo Alejo Domínguez reconoció que muchos profesores carecen de las capacidades suficientes para enfrentar el reto de la impartición de clases en línea y calificó a esta deficiencia como un “analfabetismo digital”. A esta deficiencia personal de muchos profesores, sobre todo los que rebasan los 60 años de edad, se unen las dificultades para poder acceder a las señales digitales en regiones montañosas, como las sierras Norte, Nororiental y Negra del estado de Puebla, así como algunos lugares de la Mixteca.
Como lo comenté en columnas anteriores, la situación especial que se vive representa un gran reto para la educación en México. No es lo mismo el acceso a la educación en las redes que tienen los alumnos de las ciudades, sobre todo los de altos o suficientes recursos económicos, que los de niños, adolescentes y jóvenes de zonas marginadas de las ciudades o de zonas rurales.
Indudablemente, el nivel educativo que alcanzarán unos y otros será diferente y aumentará la brecha educativa en las nuevas generaciones de mexicanos.