Todavía faltan dos años para la elección presidencial, pero ya están activos quienes aspiran a contender por la Presidencia de la República en julio de 2018 y en los estados y municipios los aspirantes a gobernadores y alcaldes ya empezaron a organizar sus equipos y a gestionar el apoyo de sus partidos políticos.
En el PAN, la pugna se ha adelantado entre el todavía gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, la exprimera dama Margarita Zavala y el presidente nacional de ese partido Ricardo Anaya Cortés; cada uno a su manera y con estrategias diferentes busca posicionarse entre sus militantes y ante el electorado nacional.
Desde luego, no falta el aspirante único del Movimiento de Renovación Nacional (Morena), Andrés Manuel López Obrador y, aunque no hacen ruido, empiezan a consolidar sus equipos los aspirantes del PRI y el PRD.
En el PRI hay indicios de las aspiraciones de los cercanos a Enrique Peña Nieto, pero también de quienes buscan romper con el grupo en el poder; y entre los perredistas ya se maneja el nombre del jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, entre otros.
Pero no solo los militantes de los partidos políticos están adelantando la elección, hay quienes aspiran a competir como candidatos ciudadanos o independientes.
Otro eterno aspirante, Jorge Castañeda ha hecho ya un llamado para que en 2018 se presente a la contienda un solo candidato independiente, dado los requisitos que la ley impone a este tipo de aspirantes, principalmente la firma de 800 mil ciudadanos que los apoyen y el financiamiento que los haría competir en desventaja con los candidatos de partidos políticos.
Eso es lo que ya se vive en el ambiente político nacional, esos son los hechos. Pero lo importante no es el hecho en sí, sino las causas que han desatado una contienda preelectoral adelantada, las estrategias que se vislumbran para estos años y los efectos que esto puede tener en el electorado.
De entrada, y mirando hacia el pasado electoral de México, un movimiento como el que se está dando es un indicador de la debilidad del gobierno en turno y del cambio que ha provocado la alternancia política.
Hasta el gobierno de Carlos Salinas se respetaron los tiempos electorales y fue a finales del quinto año de gobierno cuando se iniciaron los procesos para designar candidatos; no obstante que en el PRI había dos aspirantes: Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho Solís, los priistas respetaron los tiempos y lo mismo pasó en el PAN y el PRD.
Sin embargo, para la elección del año 2000, Vicente Fox, entonces gobernador de Guanajuato, adelantó los tiempos para lograr su candidatura por el Partido Acción Nacional. Con su triunfo se terminó la supremacía priista, se inició la alternancia en el poder y, con ello, se rompieron los tiempos electorales.
Hay que recordar el juicio político y el desafuero de López Obrador, en 2004, dos años antes de las elecciones, con el que el gobierno de Fox trató de frenar su candidatura.
A partir de entonces, las contiendas electorales se adelantaron, entre otras razones, por la debilidad de los gobiernos en turno, incapaces de mantener todo el poder hasta después del quinto año de gobierno. Este sexenio, el proceso ha iniciado aun antes del cuarto año de gobierno.
Respecto a las estrategias que ya se anuncian es fácil identificarlas: campañas de desprestigio a los contrincantes, búsqueda de la historia negativa de cada uno de ellos y la lucha por aparecer ante los electores, no como los mejores candidatos, sino como los menos corruptos, menos ladrones, menos mentirosos.
Ya se adivinan campañas en las cuales no habrá propuestas serias, planes realistas y viables para enfrentar la crisis en la que vivimos y que, sin duda, se agravará en los próximos dos años.
¿Por qué?
Porque tenemos una izquierda dividida y sin propuestas claras frente al liberalismo que nos ha dominado por más de 30 años y el fortalecimiento del conservadurismo en el mundo, fortalecido con el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos.
En el PRI no se define el camino que tomará México después de este sexenio; los políticos viejos han sido relegados por una nueva generación de políticos que no conocen la realidad mexicana, porque vienen de universidades privadas conservadoras y ostentan posgrados en instituciones de los Estados Unidos. Para ellos, el neoliberalismo no solo es una doctrina económica, es el dogma que trae la salvación al mundo; salirse de él es una herejía llamada “populismo”.
En el PAN, la situación no es mejor, los tres aspirantes están muy lejos de la doctrina política del partido fundado por Manuel Gómez Morín; uno busca consolidar una tradición familiar; otra, ser el medio para que un expresidente retome el poder; y el otro, por el solo deseo de llegar al grado más alto del poder, pero con la vista puesta en el conservadurismo del vecino del norte.
En medio de esta contienda adelantada, además, aparece el subcomandante Marcos para proponer también un candidato y, desde luego, como lo hizo en los sexenios pasados, enredar más la madeja.
Y mientras esto sucede, el electorado mexicano, en su mayoría vive todavía en la minoría de edad política, sumido en la filiación irracional u obligada a un partido o con la mano extendida a quién le dé migajas, presto a vender su voto por unas despensas o unos cuantos billetes de bajo valor o, lo más grave, en la total indiferencia política.
Todo esto suena pesimista; cierto. Pero si no volvemos los ojos a este panorama político que se ha iniciado, no tomaremos conciencia del papel que el ciudadano puede y debe desempeñar para que el país tome un nuevo rumbo que nos independice verdaderamente en los campos de la economía, la política y la cultura.
Y si no tomamos conciencia de este deterioro político electoral, difícilmente exigiremos a los futuros candidatos claridad de ideas, precisión en sus proyectos y los ciudadanos seguirán recibiendo migajas, vendiendo su voto y votando a ciegas.