Magaly Escárcega
Con todo mi corazón para las que se han ido y seguimos esperando.
Veinte pesos de pan, son 10 piezas en total, si somos cinco entonces nos tocan de a dos a cada quien… veinte pesos de pan, 10 piezas en total, traes conchas, novias, cuernitos chimisclanes y borregos, no se te olvide y si ves por ahí algunas tortas o bolillos de ayer, le dices a don Chimisco que te los regale, que son para los pollos. Veinte pesos de pan son 10 piezas, nos tocan de a dos a cada quien…
Miguel llevaba casi tres kilómetros repitiendo el mismo estribillo, no se le fuera a olvidar, a las siete y media estaba ya en casa, compró veinte pesos de tortas y de bolillos rezagados, bebió con avidez el café, haciendo oídos sordos a los regaños de sabina su abuela y salió corriendo para estar puntual en clases; es lunes, el mejor día de la semana.
En el trayecto, acompañan al muchacho corrientes de sudor, de mariposas, de latidos, de olores, de humores, de amores, todas se desbordan juntas; van a dar las ocho de la mañana, Miguel camina presuroso por las veredas que cortan camino para llegar a la secundaria, cruza entre cañas y milpas, jadea, suda, trae el corazón en la boca, una vena en su frente se marca como guía de chayote, se detiene justo en la loma y observa ya cerca el amarillo tenue de las aulas, disminuye el paso mientras pone un poco de saliva en sus manos y acomoda sus violentos cabellos, seca con la manga del suéter las humedades que siente en el rostro, el salado sudor penetra en algunas cortadas de sus manos, se queja un poco y luego lame las pequeñas hendiduras que las hojas celosas del maizal le han dejado de recuerdo.
Miguel Castillo Santos está por cumplir 15 años y desde que inició el ciclo escolar llega 10 minutos antes de las 8, se para como gendarme frente a la reja de la escuela y espera que Pilar descienda de la camioneta de su padre, jala presuroso la mochila de los brazos de la joven y sin esperarla se va a su salón, deposita la pesada carga en la butaca con mucho cuidado e inmediatamente se aleja, siempre es el último en entrar a clases y en salir.
Miguel es para todos un chico raro, menos para Pilar, que también es rara, menos para Miguel; los adultos que conocen la historia de la chica jamás hacen preguntas, pero sus compañeros sí, es frecuente el asedio y el morbo del ¿por qué? desde los 10 años decidió dejar de hablar, no habían funcionado médicos, psicólogos, tratamientos… nada, no había palabras que acompañaran a su padre ni a nadie, casi cinco años sin que su boca se adornara de verbos; igual que Miguel, está por cumplir los 15.
La única forma de comunicación entre ellos la establecen con sus manos, al entregar la tarea, en el receso, en la formación, al ingresar a los laboratorios o al intercambiar libretas, en todo momento está tímido el roce de las manos, se anudan los índices o los meñiques, aunque no se miran, aunque no existe entre ellos la bendita palabra, las palmas, el dorso, la temperatura, las cicatrices, las uñas todo este conjunto es suficiente para saber que se tienen el uno al otro, a veces, sobre todo los viernes, mientras espera la llegada de su padre, Pilar se aferra al brazo de Miguel, tiembla, sus manos están frías y sudorosas, el hombre tiene que descender del vehículo para arrancarla del lado del muchacho.
Miguel, es raro porque olvida casi todo, incluso las burlas o desprecios de sus compañeros, o porque es puntual, también por su velocidad y su increíble fuerza o por la frecuencia con la que habla solo o con lo que encuentra a su paso, piedras, grillos cochinillas hojas… dice su abuela que al nacer se le cayó al doctor que atendía a su madre, quien daba a luz no a uno sino a dos chamacos, al final solo Migue sobrevivió, -si ya parir un hijo es acercarnos a la muerte, imagínense dos- decía la abuela Sabina cuando preguntaban por su nieto.
Es lunes, faltan diez minutos para las 8, puntual como siempre está el flaco Miguel, con el pelo relamido y derechito, como gendarme en la entrada de la escuela, solo sus ojos bailan al ritmo de los autos y la gente; transcurre casi una hora, Pilar no llega, El permanece fiel en la espera, una voz lo perturba desde adentro, -¡Miguel! ya métete, ella ya no vendrá-; necio como es, ignora la orden y permanece ahí hasta las 10, después ingresa desconcertado al salón. Han transcurrido casi tres meses y todos los días, diez minutos antes de las 8, Miguel, con el pelo acomodado y las manos inquietas, espera la llegada de Pilar.