Punto de Vista / Nicolás Dávila Peralta
Una de mis deficiencias como redactor es la reseña cinematográfica; me faltan las herramientas necesarias para analizar no solo el argumento, sino la calidad de la dirección, la fotografía, los simbolismos que encierra una película, etcétera.
Sin embargo, aprovechando la reclusión domiciliaria obligada por el nuevo coronavirus, acabo de ver una película española: “El Hoyo”, que de una manera cruda muestra el egoísmo humano y la falsedad de la tesis de que primero hay que crear riqueza para que, con las leyes del mercado, ésta se distribuya a todos los niveles sociales.
La película se desarrolla en un solo escenario: una cárcel singular, donde las celdas, que albergan a los reclusos de dos en dos, se ubican de manera vertical, y no horizontal, como en toda cárcel. De este modo, el lugar es un hoyo, donde se ubican 333 celdas, una encima de otra. En el centro hay un hueco por el que desciende diariamente una plataforma que distribuye la comida a todos los niveles, deteniéndose unos minutos en cada uno para que los reclusos recojan su comida.
Aquí está, para mí, el núcleo del mensaje.
La administración prepara suficiente comida para que llegue hasta el fondo del hoyo, a la celda 333; sin embargo, los reclusos de niveles superiores se hartan de comida; los niveles medios reciben las sobras, y los últimos niveles solo ven las fuentes y platos vacíos y sucios, ellos no alcanzan comida.
Los protagonistas, Goreng (Ivan Massagué) y Trimagasi (Zorion Eguileor), son el contraste. Mientras Goreng rechaza el egoísmo de los de más arriba, Trimagasti asume que así es la ley y si un mes padecen hambre, el siguiente, si los ubican más arriba, comerán lo suficiente.
La película es un retrato terrible, una radiografía espeluznante del egoísmo en que vivimos los seres humanos, domados, controlados por un sistema económico, por una deseducación, una situación que la película lleva hasta el salvajismo, generadora de la pobreza, la desigualdad y la injusticia.
Adam Smith, el padre del capitalismo, afirmaba que lo importante es la creación de la riqueza, no importa quién la acumule, porque las mismas leyes de la economía se encargan después de distribuirla a los demás.
Esa es la política de “El Hoyo”. Arriba, en la cocina, se elabora suficiente comida para los 666 reclusos y se coloca en la plataforma que cotidianamente desciende desde el nivel cero hasta el final. Pero la comida no se distribuye equitativamente; mientras los de arriba disfrutan de un banquete cada día, los de abajo mueren de hambre o llegan al extremo de matar para comer la carne de su compañero de celda.
Esa es la sociedad capitalista, esa es la sociedad regida por principios que, utilizando refranes, podemos resumir en estos: “El que tiene más saliva come más pinole”, “Las gallinas de arriba cagan a las de abajo”, “El que no tranza no avanza”, “El rico tiene dinero porque trabajó, el pobre es un huevón”. Esa es la actitud de quienes, como Trimagasi, consideran que la desigualdad, la pobreza, la corrupción, la ambición y el despojo son la ley que siempre ha existido y a la que hay que acomodarse.
La lucha por cambiar la situación es, por el contrario, una tarea difícil e ingrata, que solo puede triunfar cuando se llega al fondo del problema, es decir, cuando se toma conciencia del sufrimiento de los de abajo, de los últimos en la escala social, los de las últimas celdas del hoyo. En la película, ahí, en la celda 333 es donde Goreng descubre lo más terrible, lo que siempre han negado en esa cárcel: que hay una niña, una pequeña indefensa, la que nunca ha comido.
Vayamos a las situaciones concretas de nuestra sociedad:
Sin duda hay gestos de solidaridad, pero éstos no son de los que disfrutan de la parte alta del hoyo, sino de quienes han sufrido o conocen la pobreza, el dolor, la angustia de los demás. Son ellos los que acuden a ayudar en una tragedia, los que están brindando apoyo a quienes, en esta crisis de salud y económica, están con los que sufren.
Pero ahí están los que en autos de lujo han marchado por las calles de varias ciudades, reclamando los beneficios que siempre han disfrutado; son los hartados, a los que no les importa el hambre de los de más abajo.
Pero también están los de abajo que, como en “El Hoyo”, están dispuestos a comerse a los de su misma clase. ¿Acaso no es esto lo que hacen cuando saquean una tienda o arrasan con la mercancía de un camión accidentado, sin pensar que, lo que acaparan hará falta a otros?
“El Hoyo” es, pues, un retrato patético de los alcances del egoísmo humano.