Me gustaba su olor como a rojo concentrado por las noches y azul disperso por la mañana, contagiaba todo su paso firme y optimista, las plantas parían flores desde el amanecer y sus colores le hacían saber que estaban felices, las aves se acomodaban quietas para gritarle su canto, amaba su figura de arbusto, me cobijaba su sombra, me abastecía su fruto y me daba fortaleza cada una de sus ramas, sus cantos y la caricia de sus palabras llenaban todos los rincones de la casa, era mi abuela, con calor, con frío, gorda, loca feliz… ¡Mía!
Hoy yace inmóvil, dormida, rodeada de sábanas blancas dentro de una extraña y reducida cama, con su piel rosada; dos bucles gordos sobre su frente se sientan desparramados, brillan platinados con el reflejo tenue de la luz, una lagrima tímida se asoma por el rabillo de su ojo izquierdo, tiembla por ser descubierta y permanece agazapada entre sus parpados. Sus labios… enmarcan una rendija diminuta que apenas enseña el color blanco nacarado de sus incisivos… en esa inspección prohibida… me detengo largo rato… su boca susurra algo… ponerme en las puntas de mis pies no es suficiente, no alcanzo a escuchar las consignas, insisto, pero mi cercanía no basta para entenderle, salto y logro ponerme a su lado, tomo entre mis manos el rostro frio y amado y acerco mi oído a su boca, mis plantas… mis pájaros… mis manteles dices … y yo descanso en tu pecho, intento pasar tu brazo por mi cuello, pero… ¡está rígido!, también intento meter mis dedos en medio de los tuyos pero tampoco puedo, froto tus carnes frías para calentar un poquito tus brazos, ese ejercicio lo aprendí muy bien de ti, sobre todo en invierno, cuando mis pies permanecían helados aun después de acomodarlos en medio de los tuyos, respingabas cuando los sentías y acompañabas el temblor con un grito ¡tienes pies de barreta! Sigo frotándote, mientras mi oído permanece pegado a tu pecho, aprieto fuerte los ojos para concentrarme en el sonido de tu viejo corazón al que me encanta escuchar… pero … ¡Hoy no está! Algunas veces me divertía contando los tiempos en los que descansaba tu palpitar y esperaba ansiosa el tum tum de tu enorme corazón que retornaba presuroso para recordarme que seguías viva, y me arrullaba antes de dormir; sigo en el intento de calentarte, mis manos se atascan con la extraña humedad de tu piel que se despega de tu brazo y se adhiere a mis manos, pero continuo, ¡Entiendo que mueres de frio! Y hoy me toca calentarte. Se siente tan bien acurrucarse a tu lado, mis ojos permanecen cerrados con el candado del recuerdo.
-¡Aquí está, aquí está! grita mi hermano, mientras mi madre busca enloquecida mi figura ¡Levántate infeliz! ¡Levántate! el grito enfurecido me arrebata de tu regazo, jalonea mis trenzas y me ha puesto en segundos fuera de tu alcance, acompaña sus palabras con lágrimas y baba, golpea con todas sus fuerzas mi cara, mis manos, mi espalda, no la entiendo, me cubro el rostro y caigo descuidada al piso, hasta entonces, mamá se detiene, mis manos están empurpuradas y mi rostro también, los ojos de mi madre brincan y arden furiosos, ¿Qué le hacías? !Alcanza a preguntar en medio del jadeo… yo, solo respondo … -tiene frio, la estoy calentando para cuando despierte…- entonces tu rostro cambia y dos gruesas lagrimas inician con la tormenta que guardaban tus ojos y te derrumbas al piso conmigo y me abrazas fuerte y me dices muchas cosas al oído que no entiendo, hasta que la palabra, PERDONAME, se asoma clara y sustanciosa y la repites muchas veces… ¡Tu abuela no va a despertar!… tu abuela no va a despertar, es la oración que rezas hasta que te desvaneces conmigo en tus brazos y entonces es tu corazón el que escucho fuerte cuando me estrechas en tu seno.
Hoy ninguna de las dos está, visito la morada en la que habitan, es fría y polvorienta, hay restos de flores secas y agua podrida en los floreros, pasa por mis recuerdos la noche de la muerte de mi abuela y la fragilidad y el misterio que provocó a la niña que era entonces, y tocar su lapida me llena de latidos.
Magacita.