Atilio Alberto Peralta Merino
Las lecturas hechas en otro tiempo al Quijote, estuvieron al parecer llenas de enromes lagunas en mi formación cultural, reconocerlo no me amilana en lo más mínimo.
En los años preparatorianos, el pasaje de la expurgación de la biblioteca de Alonso Quijano, me pareció una referencia a obras perdidas en la cavernosa oscuridad de un pasado mítico, títulos acaso inventados por Cervantes y que, en todo nada habrían de decirnos o esclarecernos sobre el sentido profundo y esencial del relato cervantino.
De más está acarar que la precisión en el nombre del aldeano que en sus delirios da vida a don Quijote, Alonso Quijano, no se deja en claro a cabalidad en realidad sino hasta la culminación de la segunda parte de la obra, antes de la cual, el nombre del hidalgo manchego queda envuelto en una ambigüedad contundente.
En el pasaje referido ya de la expurgación de los libros llenos en sus contenidos de hechiceros y encantamientos, los amigos del hidalgo manchego, el barbero y el cura, discurren sobre los diversos títulos que en su acervo constan.
Un más reciente acercamiento al Quijote, habiendo leído previamente la muy recomendable versión del “Amadís de Gaula” que edita la colección “sepan cuantos”, deja en claro el carácter de tributario que es asignable a Cervantes respecto de dicho relato.
El pasaje en el que “el ingenioso hidalgo” se retira a una roca aislada en la inmensidad del camino y tras pasar en ella una noche de penitencia en vela, decide cambiar su nombre por el de: “el caballero de la triste figura”, resulta en si mismo una clara referencia al respectivo en el que Amadís asume el nombre de Beltenebros.
Me sorprende en consecuencia, el para mi muy reciente descubrimiento de “Tirante el Blanco” sobre todo ahora que releo el referido capítulo de la “expurgación de la biblioteca”, se destaca en tal sentido el elogio desbordado que se hace de la novela de Joanot Martorel considerándosele, por voz del cura en elocuente alocución al barbero:
“Dígo os verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo”
En breves párrafos, por lo demás, Cervantes hace un apretado resumen de personajes y episodios que conformas una trama de varios cientos de páginas con la perspicacia y el genio que a muy pocos mortales le ha sido dado alcanzar.
“aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con todas estas cosas de que todos los demás libros de este género carecen”.
Alocución del Cura que culmina señalando que no obstante lo anterior el que lo compuso debía muy bien haber sido condenado a “que le echaran a galeras por todos los días de su vida”.
Mario Vargas Llosa, gran promotor de la lectura de “Tirante el Blanco” cita un estudio de Dámaso Alonso en la que se considera al relato de Joanot Martorel, un puente entre la antigüedad y la modernidad.
Los textos propiamente medievales, acaso con la notable excepción de la zaga arturiana de Chretien de Troyes, como el célebre poema castellano “Razón de Amor” o el posterior poema del Cid y los subsiguientes romances de gesta o la épica “Canción de Roldán”, no tienen la proliferación a referentes esotéricos y mágicos, que se encuentran presentes en “Tirante”, “Amadís” y ni que decir del formidable relato sobre Godofredo de Bouillon y sus tropas que hace Torcuato Tasso en “La Jerusalén Libertada”.
Pareciera que el desconocido siglo XV nos legó la imagen de la “edad media” que hemos heredado en nuestros días y que alcanza grados de verdadero delirio en las zagas de las óperas wagnerianas, hasta antes del pasaje verdaderamente pornográfico de “La Lozana Andaluza” ya en sus postrimerías.
“Tirante el Blanco” y con ella toda una época ha quedado oculta al parecer a nuestra mirada y escrutinio, y con ello, no sólo se erige un velo sobre el sentido profundo de “El Quijote”, sino que, con éste, la ausencia de una brújula fundamental que nos sugiera el sentido de nuestro rumbo en los días que corren.