Nicolás Dávila / Izúcar de Matamoros, Pue.
Con motivo de la discusión sobre la legalización del aborto por parte del senado de la República de Argentina, en México ha vuelto a activarse la discusión sobre la legalización o no del aborto en nuestro país. Voces a favor o en contra de su legalización se han difundido, sobre todo, en las redes sociales. Como en el resto del mundo, el asunto es tema de discusión.
Sin embargo, desde mi punto de vista, el tema tiene muchas aristas que no son tomadas en cuenta por los grupos que defienden o rechazan la legalización de esta práctica.
Los denominados pro-abortistas, argumentan, entre otras razones, el derecho que tiene la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, los riesgos que representan las deformidades o irregularidades en el producto de la concepción, los embarazos fruto de violaciones y los riesgos que corre la mujer al someterse a un aborto clandestino.
En contraparte, los no abortistas, envueltos en la bandera de la defensa de la vida, rechazan la legalización del aborto al argumentar que el producto de la concepción no es parte del cuerpo de la mujer, sino una vida diferente que se desarrolla en el útero materno.
Asimismo, rechazan que la solución a los problemas congénitos del producto o los riesgos para la salud de la madre, lo mismo que la violación sean argumentos válidos para legalizar el aborto. Aseguran también, que el índice de muertes por abortos clandestinos es muy bajo.
No faltan, pues, argumentos de uno y otro lado en la lucha a favor o en contra de la legalización de la práctica del aborto; sin embargo, en ambos bandos, desde mi punto de vista, existe una inconsistencia en la base misma del asunto: ambos grupos lo ven como un problema aislado y no como un problema estructural que vendría a ser no la causa, sino el efecto de otros factores que son los que deben ser abordados y, en su caso, resueltos.
Así, hay que tomar en cuenta que la mujer llega a decidir o no abortar, por varias causas que van desde la violación, la pobreza extrema, el machismo, la ignorancia, hasta la irresponsabilidad o la falta de una adecuada educación sexual.
¿Cuál educación sexual?
A pesar de los movimientos a favor de los derechos de la mujer, continúa, sobre todo en las zonas rurales y en las colonias populares, la idea machista de que la mujer es un objeto sexual y un embarazo es responsabilidad única de ella. Esta situación, sobre todo cuando engendrar un hijo, provoca la ira del esposo, o en el caso de embarazo entre jóvenes, lleva a la irresponsabilidad del hombre, situaciones ambas que pueden orillar a la mujer a buscar como solución el aborto.
En estos casos, así como en los embarazos de adolescentes, se descubre una falta de educación sexual; educación que debe ir más allá de la información en torno a la anatomía y fisiología de los órganos sexuales e incluso más allá del conocimiento de los métodos de anticoncepción. Hacen falta dos aspectos fundamentales de esta educación: la vinculación de la sexualidad humana con la afectividad y la conciencia de los derechos del hombre y de la mujer. Es muy diferente el sexo por simple placer que el sexo unido a la afectividad; el primero elude el riesgo de un embarazo; el segundo, exige una valoración de la dignidad de la mujer y del hombre, pero también una apertura a la vida. Es, pues, una sexualidad responsable.
Otras causas que pueden llevar a buscar como solución el aborto son la pobreza, la violación, los peligros para la vida de la madre o los problemas en el feto. Sin duda son temas mucho más delicados que los no abortistas no pueden desechar con actitudes dogmáticas. Son problemas que hay que enfrentar; pero para los cuales no puede presentarse el aborto como solución única. Éste, en todo caso, tendría que ser la respuesta extrema al problema.
Ausencia de respuestas
En este sentido, tanto los movimientos pro abortistas como los no abortistas eluden las respuestas. Para los pro abortistas, el asunto se reduce a la legalización del aborto y no presentan ninguna otra vía de solución a los problemas de pobreza, a la atención a las mujeres embarazadas por violación o a los fetos con problemas de gestación. El único grito es “sí al aborto”.
Por su parte los no abortistas, bajo el pendón de la defensa de la vida, condenan a las mujeres que abortan, rechazan la legalización de esta práctica y argumentan –esto con toda razón- que lo que la mujer lleva en el útero no es parte de su cuerpo, sino una nueva vida.
Sin embargo, nada proponen para enfrentar los problemas del machismo, la pobreza, la miseria y el abandono en el que viven y crecen muchos niños no deseados. No hay propuestas para la atención de mujeres violadas embarazadas, ni propuestas para una educación sexual íntegra y el combate al machismo.
El asunto, pues, no es sí o no al aborto. El asunto es más complejo y requiere de una mayor responsabilidad.
El aborto no es un derecho, es un recurso que afecta la integridad física, psicológica y moral de la mujer; es un asunto no deseado que se asume como medida extrema.
La defensa de la vida no puede reducirse a la condena a la práctica del aborto y mucho menos a la estigmatización de la mujer que asume el aborto como un mal necesario, sea por las causas que sean. La defensa de la vida es más que un no al aborto, porque la vida incluye también al recién nacido, al niño, al adolescente, al joven, al adulto, al anciano y al enfermo.
La defensa de la vida es la defensa de una vida digna para el hijo, para la madre, para toda la familia. Y esto gira en torno a la justicia y la defensa de la dignidad de la mujer. Y todo esto está todavía muy lejos de ser bandera de los movimientos anti abortistas.
Si dejáramos de dividirnos entre pros y contras y asumiéramos la lucha por un mundo más justo, más humano, de respeto a la dignidad humana de todos los seres humanos, todos juntos encontraríamos la respuesta al problema del aborto, con pleno respeto a la diversidad de pensamiento y a la variedad de convicciones filosóficas y religiosas sobre el tema.