Alejandro López- Noemí Bautista- Fotos: Carlos García y Natali López / San Lucas Matlala, Huaquechula, Pue.
La imposición de la cultura española sobre la cultura mexicana fue vasta, la religión, raza, tradiciones y en el tema arquitectónico también dejaron huella, muchas construcciones religiosas y sistemas de distribución de agua quedaron para la posteridad, algunos edificados en lugares poblados de fácil acceso y otros no tanto, muy pocas de esas magnas obras han trascendido fronteras porque fueron retomadas por pintores y artistas extranjeros.
Tres municipios del Valle de Atlixco, conservan muy encubierta una construcción antigua, en los límites de Tlapanalá, Huaquechula y San Felipe Tepemaxalco, la vegetación guarda celosamente un acueducto, el cual tenía por objetivo distribuir agua a la exhacienda de San Lucas Matlala, su diseño es muy parecido al Pont du Gard (Puente de Gard) construido en el sur de Francia por el Imperio romano, lo que habla de la influencia que traía el arquitecto de origen vasco, Lorenzo Martínez de la Hidalga y Musitu, dueño de la hacienda.
Los Hidalga
Don Lorenzo era un hombre polifacético, asociaba, a su profesión de arquitecto y su condición de hacendado, con la de pintor aficionado y amigo de pintores y escultores, era originario de Maestu, en la provincia vasca de Alava, pertenecía a una familia que ya desde el siglo XVIII había establecido vínculos con la Nueva España.
Su hermano mayor, Sebastián, había emigrado a América en la decadencia de la Época Colonial, en 1815 se desposó en México con María Josefa Blas Icazbalceta Musitu, también de origen vasco y perteneciente a una familia dedicada al cultivo del azúcar, una de las ramas industriales novohispanas más productivas después de la minería.
Por influencia familiar Don Lorenzo decidió emprender la travesía trasatlántica en 1838, e instalarse en lo que es hoy la Ciudad de México, donde encontró un ambiente muy venturoso para el ejercicio de su profesión, en especial durante los años cuarenta, cuando logró una importante posición económica y social; a finales de 1850 no sólo era dueño de dos enormes casas en la capital, sino también dueño de dos haciendas en el sur de Puebla, la de San Lucas Matlala, en Huaquechula y la de San Juan Colón, en Izúcar de Matamoros.
El prestigio social que poseía Don Lorenzo le permitía realizar actividades de filantropía en favor de pintores y escultores, es por ello que poseía gran amistad con los maestros académicos Pelegrín Clavé, Manuel Vilar y Eugenio Landesio, quienes eran frecuentemente invitados a sus banquetes.
Los artistas se encargaban de perpetuar a la familia, mientras Clavé, capturaba la imagen del arquitecto y su esposa; Vilar, supervisaba la decoración de sus posesiones; y Landesio perpetuaba las propiedades urbanas y rurales de la familia, por ejemplo pintó dos lienzos dedicados a la Hacienda de Matlala, asimismo realizó una espectacular composición multitudinaria que recreaba las actividades laborales en las instalaciones de la hacienda de Colón, y las expuso junto con el par de óleos dedicados a la de Matlala en un certamen académico de 1857.
Eugenio Landesio
Landesio fue un pintor de origen turinés de gran influencia en México, llegó a nuestro país en 1855 y estableció la técnica de pintura de paisaje, en diciembre de 1857, como parte de la décima exposición de la Academia de San Carlos, el italiano, expuso dos cuadros que representaban la hacienda de Matlala, situada en tierra caliente, entre Izúcar de Matamoros y Atlixco: uno de ellos era una vista panorámica del casco de la misma y el otro tenía por asunto la gran arquería que la surtía de agua.
La pintura
De acuerdo con información del Museo Amparo, la pintura del acueducto contenía los retratos de su propietario, el arquitecto Lorenzo Martínez de la Hidalga (1810-1872), acompañado por su familia, la descripción de la obra dice: “Vista de la arquería de la hacienda. Sobre este celebrado acueducto pasa un río de agua dulce; por el claro de uno de los arcos se ve el rancho de Contla, al que hace fondo el Popocatépetl; el río que serpea por lo más bajo está sembrado en su orilla izquierda de grandes y frondosos árboles; a la derecha y en primer término, se ve al autor tomando el apunte de la vista y a la familia del dueño de la finca”.
En efecto, sentado sobre una piedra rectangular, el artista está trabajando con su equipo portátil para el campo. Lleva en la mano izquierda la paleta y el tiento, sobre el que apoya su diestra para trazar con el pincel la vista del paisaje que tiene enfrente, viste una bata o delantal de trabajo, de cuya bolsa cuelga un paño amarillo, manchado de pintura, que le sirve para limpiar sus pinceles.
A poca distancia están tiradas sobre el suelo, el resto de sus pertenencias: una gran sombrilla, un sombrero, un largo bastón, etcétera. Un par de jovencitas está observando al pintor absorto en su tarea: se trata de las dos hijas del matrimonio De la Hidalga-García Icazbalceta, Loreto y Pilar. Más allá, por la derecha, se completa el grupo familiar: el arquitecto De la Hidalga de pie, vestido con señoril traje de campo galoneado de plata y calzando espuelas, señala el acueducto con su mano izquierda.
Su esposa, doña Ana María García Icazbalceta, se halla sentada sobre un sarape extendido en el suelo, con la sombrilla abierta protegiéndole la mitad superior del rostro. La acompañan sus dos hijos varones, que visten al igual que su padre como caballeros hacendados: Eusebio, el menor, echado de bruces sobre el mismo sarape; e Ignacio, el mayor, sentado. Tras de este último, en las sombras, se reclina otro hombre, de frente amplia y barbado; se trata de Joaquín García Icazbalceta, el conocido historiador y polígrafo, cuñado de Don Lorenzo y dueño a la sazón de la hacienda azucarera de Santa Clara de Montefalco.
Eusebio parece estar contemplando al pintor, mientras que Ignacio clava la mirada en su padre, como identificándose con él, muy en su papel de primogénito. Pero no hay que olvidar que ambos, Ignacio y Eusebio, adoptaron al crecer la profesión paterna.
En el lado izquierdo del cuadro, pone de realce los macizos y vanos del acueducto, cuya sección central, marcada por un doble arco de altura y luz mayores, se refleja en las aguas del río. Justo en este lugar, donde la corriente se estrecha, tres jinetes están a punto de cruzarla. Más atrás se ve de espaldas a una familia caminando; las tres minúsculas figuras que la componen son, con todo, perfectamente discernibles. Todavía más al fondo, a través del gran arco central superior, se divisa un rebaño de ovejas pastando en el monte.
A la derecha, y entre los vanos de la hilada superior de la arcada, se columbra el caserío del rancho de Contla. En la ribera opuesta del río, a los pies del acueducto, tres peones a cargo de la caballada están reposando. Cierra el horizonte una cadena de montes, de suaves perfiles ondulantes, presididos por el majestuoso cono nevado del Popocatépetl elevándose al lado derecho de la composición. En lo alto y hacia el mismo lado se acumulan las nubes, agrisando lo azul del cielo.
Una legión de flores amarillas y de plantas cactáceas esmaltan el primer plano; pero el protagonismo vegetal le corresponde a un “órgano” que, merced a su altura y robustez frondosa, domina en sentido vertical la mitad derecha del cuadro y contribuye a equilibrar el fuerte impulso horizontal de la doble arcada del acueducto.
Se trata, pues, de un paisaje con retrato familiar como “episodio”, y a la vez, de un retrato “ambiental” como “expresión simbólica de una posición de clase”, un género mixto consagrado por la aristocracia terrateniente europea que había alcanzado su formulación definitiva en la pintura inglesa del siglo XVIII.
Tal como ocurre en este género de retratos situados en posesiones campestres, no hay posturas ni gestos pretenciosos, sino una “naturalidad” y una cuasi “informalidad” perfectamente calculadas. El estilo de vida de los hacendados se convierte en espectáculo cuya “inmortalidad” queda asegurada mediante el registro pictórico.
Landesio, actúa como garante testimonial, es perceptible su presencia en la pintura, el pintor se ha autorrepresentado tomando el “apunte de la vista”. De las dos muchachas que contemplan de cerca su actividad, y la comentan entre ellas, parece ser la menor, Pilar, quien lleva la voz cantante. No en balde fue ella una de las más destacadas “señoritas pintoras” en la segunda mitad del siglo XIX: alumna particular de Clavé, llegó a exponer cuadros suyos en la Academia de San Carlos por siete ocasiones, entre 1857 y 1891, con la condescendiente aprobación de la crítica.
El acueducto
La arquería misma no era sólo una obra hidráulica indispensable para conducir y proveer el volumen de agua que el cultivo de la caña y la molienda para extraerle el jugo requerían, sino una composición arquitectónica de gran belleza.
En el trabajo desarrollado por Antonio de las Casas Gómez e Isabel García García en la investigación “Acueductos en las Haciendas de México” describen textualmente lo siguiente: “Hay algunos acueductos con soluciones de gran originalidad como el de la Hacienda de San Lucas de Matlala. Cuenta con un cuerpo central, compuesto por dos fuertes y elevados machones, que sirven de apoyo a otros tantos grandes arcos de medio punto superpuestos. El superior está bajo cinco arcos pequeños, a ambos lados de este cuerpo central se desarrollan dos órdenes superpuestos de arcos menores”.
Continua “El conjunto da la impresión de una construcción tan fuerte como elegante y acusa a las claras la mano maestra del autor. Aunque en no muy buen estado aún se conserva en buena parte. Contamos con un grabado, que nos da una idea de su grandiosidad y elegancia, que le hace comparable a los mejores ejemplares de los acueductos romanos como el Pont du Gard, otomanos como el de Moglova o de cualquier época, tanto más sorprendente cuanto que se trata del acueducto de una hacienda”.
“Aunque no existe seguridad, es de mediados del siglo XIX y obra del arquitecto de origen español Lorenzo de la Hidalga, que además de sus numerosas obras arquitectónicas, también llevo a cabo numerosos trabajos de agrimensura e hidráulicos”.
El uso del acueducto
Desde la época prehispánica fue necesaria, para mantener a la población de las grandes ciudades y los campos, la construcción de obras hidráulicas, presas, acueductos y canales, debido a la prolongada época de sequía en mucha zonas. Aparentemente en el inicio, los españoles utilizaron las obras existentes, pero muy pronto introdujeron innovaciones. Por ello desde el siglo XVI se construyeron presas, canales y acueductos para conducir el agua a las explotaciones mineras.
En la agricultura también fue precisa la construcción de obras hidráulicas. En los cultivos, cuyo ciclo de crecimiento era más largo que la época de las lluvias, la irrigación era indispensable, el agua de irrigación además de humedecer el suelo, proporcionaba fertilizantes a la tierra y por esta razón se llegó a practicar inclusive en la época de lluvias, además mataba a algunas plagas como las ratas y las hormigas.
El agua se conducía a las haciendas a través de acueductos, que frecuentemente terminaban junto al cuarto de molienda para accionar el molino. Estos acueductos llegaban a medir muchos kilómetros llegaban a representar un alto porcentaje del valor total de la propiedad.
Las haciendas azucareras se extendieron principalmente por los estados de Puebla, Morelos, Michoacán y Veracruz. Solamente en el primero de estos estados, en el municipio de Izúcar de Matamoros, se encuentran todavía restos de acueductos en las haciendas de San Lucas Matlala, San Nicolás Tolentino, San Félix Rijo, San Juan Raboso, San Juan Colón y en otras nueve más.
En la actualidad
Actualmente el acueducto de Matlala, continúa funcionando, distribuye agua de una población a otra, además, de que con sus aguas se irrigan algunos campos de cultivo, Cecilio Hernández Ángel, habitante de Tlapanalá acompañó a personal de Enlace de la Mixteca, en un recorrido por el acueducto, el cual se encuentra en un lugar de difícil acceso.
Comentó que desde muy pequeño venia a jugar al acueducto, sabe por narración de sus abuelos que en los tiempos de las haciendas, obligaban a la gente trabajar y no les daban buenos sueldos, ciertamente estas construcciones fueron pensadas por gente muy inteligente pero construidas por nuestros indígenas, su edificación, considera, fue alrededor de los años de 1750.
Escuchó que estas tierras pertenecieron a unos señores de apellido De la Hidalga, y en el panteón de Matlala están los restos de algunos de ellos, dijo que otras construcciones como la de San Luis Chalma, la Exhacienda de Rijo y Colón pertenecieron a la misma familia y tenían conexión con estos acueductos, pero quedaron abandonadas.
Cecilio Hernández dijo desconocer si el acueducto de Matlala tuvo una trascendencia internacional debido al pintor Eugenio Landesio “no sabemos nada al respecto, nosotros solo nos dedicamos a trabajar, no había de otra, apenas aprendí algo de Emiliano Zapata en la primaria en 1961, pero nadie conoce que pasó con los hacendados”
Potencial turístico
Una de las personas que continuamente visitan este lugar es el maestro Melitón Lozano Pérez, quien dio a conocer que es lamentable que no se le de difusión a este tipo de arquitectura ya que podría ser un interesante polo de explotación turística, sobre todo por la historia que representa la construcción, quien lo hizo y la personalidad que lo plasmó en pintura “si la gente tiene oportunidad de visitarlo valdría la pena conocer las cosas valiosas que tenemos cerca y que a veces no tenemos posibilidad de conocer o disfrutarlas”.
Lozano Pérez detalló que este acueducto se hizo famoso por la pintura del italiano Eugenio Landesio quien llegó a México a ser maestro de la escuela de San Carlos y fue uno de los impulsores del paisajismo; “él llegó aquí invitado por la familia de los Hidalga y pinto dos sitios, la ex hacienda de Colon y el acueducto de Matlala, esa es la transcendencia de este lugar” afirmó.
Lozano Pérez detalló que no sólo se trata de una mole de piedra y cemento, es una construcción que está hecha en base de arcos, “aparte de ser funcional tiene una estética muy especial que me parece comparable con otros acueductos como los de Querétaro los que existen en otros lugares de la república que son muy conocidos porque se les ha dado mucha difusión y turísticamente son muy importantes y este es desconocido y creo que vale la pena que la gente sepa que tenemos esta arquitectura tan bonita, este monumento y que tenemos que disfrutarlo” finalizó.