Entre los años 1917 a 1940, la forma de vida de los jornaleros o campesinos de Tehuitzingo, fue de extrema pobreza, y se le conoce como la época posrevolucionaria, porque se habla de lo que hacen los campesinos una vez terminada la Revolución Mexicana, tomando en cuenta que el revolucionario Dolores Damián, les repartió las tierras en 1916.
Sus viviendas consistían en pequeñas casas construidas con horcones de madera, que cortaban en los campos; sus techos eran de zacate, con sus paredes de quiotes o de acahual, (varas intercaladas una con otra), con un poco de revoque hecho de lodo, que fue la típica morada del campesino.
Este relato es fruto de una entrevista realizada a Pedro González García y Agustín Flores León, en el año de 1989, siendo estos originarios y vecinos del barrio de la sección cuarta de Tehuitzingo, en el estado de Puebla.
Comienzo diciendo que la vida rutinaria de todos los campesinos consistía en levantarse muy de madrugada (su único reloj era observar el movimiento del lucero que llamaban “el atolero”), su trabajo era llevar a pastar los bueyes, con los que, iniciando el día, tenían que realizar su jornada laboral.
Los campesinos o agricultores, eran personas muy creyentes en la religión católica, tenían sus rituales, que realizaban durante la época de siembra. Al inicio tenían por costumbre llevar al campo una veladora de cebo, con la que limpiaban su yunta y a ellos mismos, que más tarde llevaban a la iglesia; con pequeñas ramas de árboles, ponían una cruz en el terreno que se destinaba para la siembra de ese año, encomendándose a Dios, para tener una abundante cosecha.
La mayor parte de las tierras eran cultivadas, las yuntas de bueyes abundaban; el que no tenía tierras, las rentaba, o las sembraban a medias. Todas las familias vivían de lo que los campos daban, había muy poco comercio, la mayor parte era a través del “trueque” (intercambio).
Como buenos agricultores, sabían sembrar la tierra, aprovechaban las aguas de temporal, muy común fue el uso de cornejales; al terminar la jornada del día, tanto el arreador de la yunta, como el que la seguía, su trabajo no terminaba, pues mientras uno pasteaba los bueyes, otro se encargaba de poner retranques de tierra en las puntas de la surcada y en medio, para retener la mayor cantidad de agua posible, y cuando el agua cortaba el terreno, inmediatamente ponían tecorrales, ya sea de piedra o de varas.
¿Cómo sabían en que tiempo sembrar? Se guiaban según marcaban las “cabañuelas” (predicciones); en el mes de diciembre era muy importante observar como venía el tiempo. En los primeros 12 días de ese mes, estaban muy pendientes: el día uno era enero, el dos febrero y así sucesivamente hasta llegar al 12 que era diciembre.
Estaban en espera del día 6, que le correspondía al mes de junio; si estaba nublado, por la mañana o por la tarde, de esa manera se daban cuenta si el temporal venia temprano o retrasado. Si es que ese día corría aire, era mal tiempo, habría pocas lluvias; después del día 12, se repetía el ciclo, pero ahora era de medios días.
Normalmente el maíz lo sembraban a partir del 18 de junio; si se retrasaban en la siembra, aun el 10 de agosto se podía sembrar maíz de color. Los agricultores en época de temporal, prácticamente vivían en el campo, se dedicaban de tiempo completo a su trabajo, la mayoría realizaba sus “caltoritos” (chocitas), donde se protegían de las lluvias y de los animales peligrosos.
Era común encontrarse al campesino caminado a las 4 de la mañana, en aquellos caminos caprichosos, que lo conducían a su trabajo, entre cerros y cañadas, a la luz de la luna y el lucero. La siembra de temporal se realizaba entre los meses de junio, julio y agosto de cada año, las cosechas eran de agosto a octubre.Con su yunta de bueyes, propia o rentada, preparaban la tierra, que consistía en barbechar, sembrar, pormediar, asegundar y cosechar. Lo más común que sembraban era el maíz, aunque también producían calabaza, frijol y cacahuate.
Nadie cortaba elotes antes del 29 de septiembre, los campesinos esperaban esta fecha, porque primero tenían que cortar calabacitas y los primeros elotes, los cuales llevaban de ofrenda a San Miguel Arcángel, dándole gracias por las cosechas obtenidas. Para ello, ponían una cruz de flores silvestres en el terreno donde cortaban los elotes.
Para llevar a cabo las cosechas, era primordial hacerlo cuando macizaba la luna, para que el maíz no se les picara (cuando la luna salía de madrugada, era cuando ya estaba maciza); ese era el momento indicado para realizar esta actividad y se tenía que hacer en no más de 15 días.
Durante las cosechas era bonito ver cómo los campesinos se organizaban, ayudándose los unos a los otros, era en este tiempo cuando se requería de la mayor mano de obra posible; en la pixca (pisca), el dueño de la siembra buscaba a un encargado (campesino de su confianza), al cual le hacía entrega de la bebida, los cigarros y de la gente invitada a levantar la cosecha, que consistía en aproximadamente 30 personas.
El encargado dirigía a esta gente, los organizaba, les asignaba los surcos que les tocaba cosechar, todos trabajaban parejos, a lo lejos se veían las filas de piscadores, cada quien, con sus ayates llenos de mazorca, otros preparaban los burros poniéndoles unas “chitas” (cesto de madera tejida con mecahilo), pasando cerca de los piscadores, para que pudieran vaciar sus ayates de mazorca. Una vez llenas las chitas, las llevaban a vaciar a las “eras” (lugar que destinaban para vaciar las mazorcas).
Era costumbre que ya para terminar, la parte de en medio del terreno cultivado, la más productiva, se dejaba para cosecharla al último. Uno de los campesinos hacía una pequeña brecha de lado a lado del terreno, otros hacían tres cruces de mazorcas (por cierto, muy difícil de hacer), los que las elaboraban pasaban a ser los tres padrinos de la cosecha.
Una vez realizada la brecha y las cruces, entre los peones y comideras (mujeres que se encargaban de llevar la comida), llevaban a cabo una procesión por toda la brecha realizada, dando gracias a dios por las cosechas obtenidas.
Se rezaba la siguiente alabanza:
“San Isidro labrador, alabado sea tu nombre. Cantando por todo el orbe, eres nuestro protector. Tu cultivaste las siembras, cual nadie las cultivó” … y se continúa la alabanza hasta llegar a la “era”. El deber del encargado terminaba con el ultimo surco cosechado; una vez terminada su labor, decía: “¡Alabado sea el santísimo sacramento!”, todos los ahí presentes respondían: “¡Para siempre!”. Decía tres veces: “¡Ave maría purísima!” y contestaban: “¡sin pecado concebida!”. Al terminar de levantar la cosecha, a todos los peones (por así llamarlos) el dueño de la siembra les daba un ayate lleno de mazorca, el cual algunos la agarraban, otros no, porque en ese tiempo casi todos sembraban y la mayoría tenía buenas cosechas; participaban porque cuando ellos recogían su cosecha, realizaban la misma actividad y requerían de la ayuda de los demás.
De los tres padrinos que llevan la cruz, el de en medio era el principal, era quien manda a hacer una cruz de madera; una vez trasladada la mazorca a casa del dueño de la siembra (la trasladaban con burros, en costales de ixtle), realizaban otra procesión, pero ahora de la casa del agricultor a la iglesia del pueblo, donde iban a dar gracias a san Isidro Labrador, por haber permitido tener buena cosecha y a bendecir la cruz; en esta procesión ya asistía gente del pueblo, los cuales acompañaban, algunos con sus velas, uno llevaba el sahumerio y otro los cohetones.
El padrino principal iba en medio de la procesión, era quien llevaba la cruz de madera y los otros dos padrinos acompañándole a los lados; ya en la iglesia después de la bendición de la cruz, se confirmaba el compadrazgo y el padrino principal pasaba a ser compadre del dueño de la cosecha.
Llevando la procesión de regreso a la casa, la cruz bendita se ponía sobre la “era”, terminando así la celebración religiosa, dando inicio la celebración profana, donde iniciaba el baile o fandango y se les daba de comer y de beber, a todos los asistentes.
Se debe aclarar que esta costumbre era única y exclusiva de la gente campesina; las personas acomodadas, los españoles y los hacendados, no participaban en estos rituales.
La costumbre que el campesino tenía sobre el trabajo de la tierra, de cómo hacerla producir, aunado a su creencia religiosa y a sus rituales, nos da muestra de cómo era la cultura de nuestro pueblo, de la importancia del campesino y su riqueza cultural.
Rituales que con el paso del tiempo se han perdido, la gente ha perdido el amor a la tierra; antes los campesinos le hablaban a su siembra, conversaban con su milpa, se podía sentir ese amor, esa esperanza de lo que estaban haciendo, todos los días llegaban a su milpa antes del amanecer y se iban al anochecer, algunos se quedaban a vivir en el campo, cuidando su siembra con mucho esmero. En la mayoría de los pueblos de la región se tenían estas costumbres, sólo que en la actualidad se han perdido. Para la gente adulta, esto les traerá bonitos recuerdos.